EN MEMORIA DE NICOLÁS REDONDO (Un obrero consciente y comprometido con las ideas socialistas)
Nicolás Redondo ha sido fundamental en la historia de la UGT, cuya Secretaría General desempeñó durante 18 años. Pero, además, influyó poderosamente en el sindicalismo español en su conjunto, pues fue uno de los promotores decisivos para lograr la unidad de acción sindical. Anteriormente, la estrecha relación entre UGT y PSOE originó que en los primeros años en los que el segundo ocupó el gobierno, la UGT secundó una política de moderación, pero el desequilibrio creciente de las relaciones laborales y otros abusos en perjuicio de los trabajadores, llevó a la convocatoria de una huelga general en 1988, y dio comienzo el camino hacia la unidad de acción. Hoy día asistimos a un nuevo desequilibrio en perjuicio de los trabajadores, y el ejemplo de Nicolás anima a hacerle frente
El pasado 3 de enero falleció Nicolas Redondo, una figura particularmente relevante del movimiento sindical en la clandestinidad y, sobre todo, en la transición democrática. Nace en Baracaldo (Vizcaya) el 16 de junio de 1927 y, por lo tanto, sufre la brutalidad del levantamiento militar franquista como “niño de la Guerra”. Embarca en 1937, en el puerto de Santurce (Vizcaya), en el buque La Habana rumbo a Burdeos (Francia), custodiado por la flota inglesa, y es devuelto a Bilbao en el año 1940. Entra a trabajar como aprendiz ajustador, en 1942 (con 15 años), en La Naval de Sestao, y participa por primera vez en una huelga general, convocada en este caso por el Gobierno Vasco en el exilio en 1947, en contra de la dictadura franquista. Desde muy joven se afilia a las Juventudes Socialistas; después a la UGT y al PSOE, y en su condición de destacado militante en contra de la dictadura (apodado “Juan” como nombre de guerra), sufre en varias ocasiones la represión, la cárcel y el destierro.
Participó muy activamente en el proceso de renovación y adaptación de las organizaciones socialistas a las nuevas realidades políticas, económicas y sociales de nuestro país. En el congreso del PSOE celebrado en Suresnes (en los extrarradios de Paris), en octubre de 1974, apuesta firmemente por Felipe González como nuevo secretario general. Posteriormente, el 30º congreso de la UGT celebrado en Madrid, en abril del año 1976, bajo el eslogan “A la Unidad Sindical por la Libertad”, ratifica su liderazgo como secretario general de la UGT, cargo que ocuparía durante 18 años (1976-1994).
En el año 1978, en su condición de diputado, Nicolás participa muy activamente en la aprobación de la Constitución Española en 1978, lo que abre la puerta a un nuevo marco de relaciones laborales y derechos sindicales, que se produce con la aprobación y puesta en vigor del Estatuto de los Trabajadores (ET) en 1980. Una ley marco, complementada en 1985 por la ley Orgánica de Libertad Sindical (LOLS), que va a definir los conceptos y principios sobre los que se van a desplegar la mayoría de las normas laborales futuras, regulando las relaciones jurídicas entre el trabajador por cuenta ajena y las empresas.
En el 32º congreso de la UGT, celebrado en 1980, Nicolás impulsa decididamente el despegue hacia la modernidad y la consolidación del sindicato a todos los niveles. En concreto, apuesta por el diálogo social, la concertación y la negociación colectiva, así como por la racionalización de las estructuras sectoriales del sindicato (“más preparadas para la confrontación política que para la acción sindical”). También por la reforma de las estructuras económicas, la reconversión industrial y la lucha contra la inflación. Una política no exenta de sacrificios por lo que, en coherencia con ello, Nicolás hizo un llamamiento a la responsabilidad y moderación de los trabajadores, esperando recuperar más tarde el costo del sacrificio realizado. Sin embargo, eso no ocurrió, lo que obligó a los sindicatos, en la segunda mitad de la década de los ochenta, a intentar reducir el “déficit social” generado y a reivindicar la recuperación de la “deuda social” contraída con los trabajadores.
Efectivamente, la crisis económica mundial de los 70 culmina en los años 80 con la victoria de las políticas neoliberales de Reagan y Thatcher. En coherencia con ello, la política desarrollada por Felipe González en España, en la segunda parte de la década de los ochenta, está igualmente muy marcada por la tercera vía y el social liberalismo. En todo caso, debemos recordar que, en el año 1988, según el Banco de España, la economía creció el 5,8% del PIB; sin embargo, esta mejora económica no se trasladó a la ciudadanía y menos a los trabajadores, cada vez más precarizados. Lo que confirma que los años del Gobierno del PSOE se caracterizaron por las políticas de ajuste y rigor con los consiguientes efectos sociales para las clases populares.
Además, se comprobó que en el gobierno predominaba un enfoque neoliberal que mantenía una permanente demanda de contención salarial y planteaba duras propuestas, que chocaban con las reivindicaciones sindicales. Los incumplimientos del Acuerdo Económico y Social (AES); el abuso de la contratación temporal; el desplome de la protección por desempleo; así como la reforma de la seguridad social en el año 1985, encaminada a recortar las pensiones; y, finalmente, el referéndum de la OTAN, en el año 1986, son cinco motivos de grave confrontación que justificaron finalmente la convocatoria de la huelga general del 14 de diciembre de 1988.
Las motivaciones del paro exigían la retirada del Plan de Empleo Juvenil, concebido por el Gobierno para flexibilizar aún más la contratación de jóvenes. Las reivindicaciones de los sindicatos contemplaban también la creación de más y mejor empleo, el aumento y mejora de las pensiones, el incremento de la prestación por desempleado, derechos sindicales y negociación colectiva para los empleados públicos y revisión salarial para los colectivos dependientes de los Presupuestos Generales del Estado. Según las palabras de Nicolás, “la huelga del 14D fue una huelga singular, mayúscula e irrepetible”: la primera huelga general después de la dictadura franquista y la primera convocada por los sindicatos contra el PSOE en el Gobierno. La convocatoria representó un éxito rotundo, lo que sentó las bases de la unidad de acción entre la UGT y CCOO, y ayudó a definir el modelo sindical basado en la autonomía e independencia de partidos y gobiernos, consolidó la posición de los sindicatos en España y puso los pilares del actual Estado de bienestar social. Además, un año después, se consiguieron importantes reivindicaciones contempladas en la “Propuesta Sindical Prioritaria” elaborada por CCOO y UGT.
En definitiva, estos hechos culminaron una etapa sindical irrepetible y consolidó la autonomía y la unidad de acción entre CCOO y UGT. Además, hizo posible la convocatoria de las huelgas generales de 1992 y 1994, en contra de la aplicación de una pretendida política “socialdemócrata sin los sindicatos”, como si eso fuera posible…
Por eso, las referencias a la figura de Nicolás nos obligan a reflexionar a fondo en estos momentos, cuando los sindicatos están a la espera de que los empresarios se sienten a negociar un acuerdo de referencia para negociar los convenios colectivos para los próximos años. Debemos recordar que los salarios de los convenios en 2022 han perdido casi seis puntos de poder adquisitivo en una situación de fuertes aumentos de los beneficios empresariales en un marco inflacionario derivado de la invasión de Ucrania y del alza desmedida de las materias primas: petróleo, gas y alimentos. En este escenario resulta preocupante la desmovilización de los trabajadores y la poca capacidad de presión de los sindicatos para forzar a la patronal a sentarse a negociar e, incluso, evitar la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores en la negociación colectiva por abajo: sectores y empresas. Desde luego, la CEOE, con su negativa a negociar un acuerdo de referencia, está consiguiendo nuevamente devaluar los salarios y que el costo de la crisis recaiga una vez más en los trabajadores. Al margen de las movilizaciones de Inditex (y los logros alcanzados recientemente), las fuertes movilizaciones ciudadanas en defensa de la sanidad madrileña y las masivas protestas sociales en Francia, en defensa de sus pensiones, que representan ejemplos a tener muy en cuenta y demuestran que ese camino es el correcto, sobre todo cuando, además, estas movilizaciones están cargadas de ilusión y esperanza.
En cualquier caso, no debemos olvidar que las formas del trabajo han cambiado profundamente: la gran fábrica metalúrgica con miles de trabajadores ha pasado a ser la fábrica difusa actual; se ha incrementado el uso masivo de tecnología avanzada con efectos en el empleo, el futuro del trabajo y el control interesado de las personas (“capitalismo vigilante”); y proliferan las microempresas (menos de nueve trabajadores, poco productivas, muy poco sindicalizadas y con condiciones de trabajo muy precarias). Esta segmentación de la clase trabajadora, las formas de organización del trabajo y el propio valor del trabajo han acabado por restar protagonismo a la “centralidad del trabajo” en nuestra sociedad entre un cúmulo de transformaciones intensas en las formas de vivir y de pensar del imaginario colectivo. La acción sindical se tornará más difícil y compleja, si no somos capaces de cambiar el paradigma de la intervención sindical en la sociedad y, en concreto, en la revolución digital, la lucha contra el cambio climático y la transición energética (“empleos verdes”).
Por lo tanto, resulta pertinente recuperar la pregunta que se hacía el propio Nicolás con mucha frecuencia: ¿Qué cambios deben hacer los sindicatos en el presente para ser más útiles y eficaces? ¿Qué deben hacer para garantizar su futuro en un mundo digital y globalizado? Una primera respuesta a esas preguntas es obligada: nada será posible si los sindicatos no inspiran respeto y mejoran sustancialmente su relación de fuerzas (“amenaza creíble”), única manera de acrecentar su capacidad de negociación y de movilización social. Eso requiere actuar sobre cinco grandes asuntos: incrementar la afiliación (sobre todo en colectivos específicos y nuevas plataformas digitales como Google, Amazon, Facebook, Microsoft, Uber, Glovo, Deliveroo…); aumentar la representatividad sindical, ante los sindicatos mal llamados independientes; avanzar en la formación sindical de cuadros y delegados; consolidar la autonomía de los sindicatos; y potenciar el desarrollo de la unidad de acción sindical, particularmente a través de la negociación colectiva articulada a todos los niveles.
Por eso, una sobreactuación sindical de carácter burocrático, institucional y administrativo; o, si se quiere, una acción sindical defensiva, acomodaticia y encaminada simplemente a limitar daños y a conseguir logros a corto plazo, está condenada al fracaso; sobre todo cuando se está poniendo en entredicho el futuro del trabajo y, por lo tanto, el futuro de los propios sindicatos en un mundo global. Esto no significa en ningún caso que estemos ante el fin de la sociedad del trabajo, como manifestó en su día el profesor Juan José Castillo: “ni siquiera ante una cesión del papel del valor trabajo: trabajo fluido, disperso, invisible, intensificado, desregularizado, sobre bicicletas…, pero trabajo al fin”.
Razones poderosas para reclamar un nuevo impulso político y social movilizador que confiera a los sindicatos un papel relevante en la gestión y en la construcción de la sociedad del futuro, al margen de seguir reflexionando sobre la participación, control y desarrollo del concepto de “democracia económica” en la empresa. También hay que aspirar a que los sindicatos participen más activamente en el desarrollo de las políticas económicas y sociales (en la actualidad, por ejemplo, en el reparto y gestión de los fondos de la UE y en la defensa del Estado de bienestar social) e, incluso, de manera relevante, en los cambios culturales que se avecinan. El papel de los sindicatos no puede estar dirigido exclusivamente a la defensa de los trabajadores en las empresas. También debe extenderse a la construcción y desarrollo de una convivencia social más justa, participativa y democrática. En definitiva, tienen que constituirse en una herramienta mucho más potente y eficaz, porque de lo contrario se convertirán en irrelevantes en la defensa de los intereses de los trabajadores.
Finalmente, en el 36º congreso celebrado en Madrid en el año 1994, Nicolás toma la decisión de jubilarse y es sustituido por Cándido Méndez como secretario general, con la sensación de haber cumplido plenamente con los mandatos congresuales y de haber culminado una etapa transcendental en nuestro país. Desde esa condición, Nicolás siguió defendiendo la “centralidad del trabajo” en una sociedad democrática; el “concepto de clase”, sin caer en la trampa de la diversidad, que fragiliza la unión de la clase obrera e individualiza y, por lo tanto, debilita la respuesta a los excesos del capital; también “lo público”, sobre todo en la sanidad, en la educación, la vivienda y los transportes públicos; la unidad de acción y la autonomía de los sindicatos; así como la España de las CCAA, dentro de la unidad del Estado, en lucha decidida y permanente contra el terrorismo de ETA y, últimamente, contra la impunidad de las fuerzas independentistas. Su preocupación por la movilización social, por la emancipación de los jóvenes, por la igualdad plena entre hombres y mujeres y por respetar las libertades individuales ha sido evidente en los últimos años. Incluso, recientemente mostró su gran preocupación por el cambio climático y por los problemas derivados de la grave sequía en nuestro país. En cualquier caso, su máxima preocupación era mejorar la relación de fuerzas de la clase trabajadora para luchar más eficazmente contra la desigualdad, la pobreza y la exclusión social.
Nicolás ha sido un hombre coherente, comprometido y honrado. Un luchador incansable y con una fuerte “intuición de clase” en defensa de la causa obrera y de las ideas socialistas. Con grandes dotes de organización y disciplina para hacer de los sindicatos unos instrumentos eficaces y plenamente representativos de los trabajadores. Seguidor de F. Largo Caballero y de Indalecio Prieto, y firme defensor de lo que representaba Pablo Iglesias dentro de las organizaciones socialistas. En los últimos años, Nicolás hizo mucho hincapié en la necesidad de potenciar la formación sindical y en abrir las Casas del Pueblo al conjunto de la sociedad, con el propósito de fortalecer a los sindicatos y mejorar sustancialmente la participación, el debate, la democracia interna y el espíritu crítico.
En relación con la formación sindical insistía, en primer lugar, en dar a conocer, sobre todo a los jóvenes, los fundamentos que justificaron el nacimiento de los sindicatos, que nos remiten a la revolución industrial y al nacimiento de dos figuras claramente antagónicas: el capital y el trabajo. La acumulación del capital necesario para financiar el maquinismo condujo a una feroz explotación de los trabajadores, sobre todo en el siglo XIX y primer tercio del siglo XX. En este contexto, y al grito de “Organización o Muerte”, surgen las sociedades de socorros mutuos y, más tarde, la Asociación Internacional de los Trabajadores en 1864 y, posteriormente, la II Internacional, en 1889, embriones del movimiento sindical en España, y en concreto de la UGT, que nace en el año 1888.
A los más jóvenes, Nicolás les recordaba también que en las Casas del Pueblo se fomentaba el entusiasmo por la organización obrera, la militancia, la austeridad, la ética, la honradez y la solidaridad internacional. De la misma manera nos decía que se aspiraba a formar un hombre nuevo, distinto, cuando no opuesto al que se suponía había contribuido a crear la sociedad burguesa y la moral católica: el “obrero consciente” de formar parte de su clase que, posteriormente, se transformaba en el militante “organizado”. En este caso, primero se afiliaba al sindicato y, posteriormente, los más conscientes y comprometidos, al partido, bajo el principio de que la emancipación de los trabajadores debería de ser realizada por ellos mismos.
Nicolás, a propósito de la brutal invasión de Ucrania, insistía en los últimos meses en el “antimilitarismo” de nuestros mayores y, por lo tanto, en su radical oposición a la guerra –que conectaba fácilmente con los jóvenes–, cuyos lemas eran “no a la guerra”, “todos o ninguno” o “guerra a la guerra”, lo que hizo que Pablo Iglesias, en aquel entonces, denunciara “que los esclavos de aquí luchan contra los esclavos de allí”, a propósito de la Guerra de Cuba y posteriormente de Marruecos.
Desde luego, escribir sobre la historia reciente de nuestro país no es posible sin mencionar la figura de Nicolás. En esta mayúscula tarea, contó con el apoyo incondicional de su familia, y más en concreto, de su mujer, Nati, y de sus hijos Nicolás e Idoia. De Nati, muchos recuerdan con cariño su fuerte compromiso y hospitalidad, compatible con muchos momentos de soledad ante las reiteradas ausencias de su marido, atrapado en tareas organizativas relacionadas con la acción sindical. El objetivo es que su figura sea útil para los jóvenes y para la clase política en general. Y, además, que ayude a recorrer, sin renunciar a la utopía, el camino emprendido por Nicolás, y por miles y miles de héroes anónimos, hacia la emancipación social y el establecimiento de una sociedad de hombres libres, honrados, iguales e inteligentes.
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