ARGUMENTOS PROGRESISTAS N.º 51, mayo-junio 2023

LA «GRAMÁTICA DEL PODER» EN MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y REDES SOCIALES

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El debate sobre la capacidad de influencia política de los mass media suele reducirse a quiénes son sus propietarios. Sin embargo, como demuestra el comportamiento de los usuarios de redes sociales, lo que uno cree o deja de creer no depende sólo de lo que circula en los medios tradicionales, sino de lo que genera más o menos crédito en un determinado momento. Desde este punto de vista, lo importante sería, tal y como señala la Semiótica, atender a las estrategias de persuasión y manipulación que se emplean en los entornos mediáticos y desentrañar, así, la “gramática del poder” que se emplea en este tipo de discursos

Se suele decir que los medios de comunicación son correas de transmisión de poderes invisibles. Que sirven a intereses espurios para beneficiar a los poderosos y alienar a la masa social, intentando favorecer, así, que “los de abajo” sean capaces de asumir acríticamente todo aquello que va contra su propio bienestar. No teniendo por qué ser incorrecto este planteamiento, limita en exceso la reflexión sobre qué papel juegan los medios de comunicación en la arena política, y orienta la mirada exclusivamente hacia aquellos que son sus dueños o financiadores: empresarios, accionistas, patrocinadores, órganos públicos, etc.

Un camión de color azul con letras blancas

Descripción generada automáticamente con confianza bajaSi el problema de cómo se articula el poder mediático se redujese a esta dimensión, sería tan sencillo como señalar quién está detrás de un medio de comunicación para comprender los intereses ocultos que hay detrás de lo que se transmite. Sería tan fácil como señalar al conjunto de sujetos que se mueve entre bambalinas para desacreditar la información que su medio provee al conjunto de la sociedad.

Sin embargo, este tipo de estrategias –como se ha podido comprobar por el desgaste constante de una fuerza política como Podemos– no es muy útil. Esto se debe, entre otras cuestiones, a que la “gramática del poder”[1], más allá de explicarse por quién es el sujeto que enuncia una determinada información u opinión, se configura en el plano discursivo, lugar en el que se negocia sobre el valor y sentido del mundo en el que nos encontramos inmersos y que da forma a aquello que identificamos como la “realidad” o lo “verdadero”.

Desde este punto de vista, del que se ocupa una disciplina como la Semiótica, el debate sobre los mass media se complejiza y posibilita explorar respuestas que van más allá de la teoría de la aguja hipodérmica o de la couch potato. El destinatario de los medios de comunicación no siempre (casi nunca) es un receptor perezoso que acepta pasivamente todo lo que se le suministra a través de la pantalla televisiva. Prueba de ello es el comportamiento de los usuarios de redes sociales, quienes frente a un mismo mensaje tienden a reaccionar de modos diversos, generalmente con instrumentos como el like, los retuit, memes o verbalizando comentarios con los que crean y se adhieren a múltiples corrientes de opinión, muchas veces enfrentadas y alejadas de la práctica racional del diálogo.

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No en vano, Jorge Lozano sostenía que vivimos en un momento de gran reflexividad –sólo somos capaces de declinar la propia opinión–, ya que en las redes prima la conexión frente a cualquier tipo de relación transitiva, es decir, de relación con un “otro” que nos obligue a abrirnos a un mundo que va más allá de uno mismo, del “yo creo”, “yo opino”, “yo pienso”, “I like…”: “La intervención en las redes implica, tal y como sostenemos en el GESC, la digitalización de la opinión pública. En este entorno mediático, el like es la sanción con la que uno muy cómodamente dice lo que piensa, siguiendo, así, las reglas de la conexión, no las de la comunicación. Si desaparecen las reglas de la comunicación y de la interacción y prima la conexión, es más fácil que pronominalmente se tienda a declinar el yo como si se tratase de un nosotros. No pienso que sea tanto un problema de narcisismo, ni de individualismo; es más bien un problema de conectividad. La conectividad sitúa la hegemonía de la primera persona del plural en el pronombre personal yo. No hay discusión, no hay debate, solo likes. Es un problema que ya todo el mundo acepta: mucha conexión y poca comunicación. La comunicación es transitiva y la conexión es reflexiva. Estamos en una época de gran reflexividad, donde prima solo la propia opinión”[2].

Entender cómo se articulan este tipo de corrientes de opinión en el entorno digital es clave en el presente, pues gradualmente nuestro modo de interactuar, también en el ámbito de la política, se está enfocando en este espacio, donde lo que se viraliza depende en gran medida de lo que sus usuarios deciden compartir. Sin olvidarnos, por supuesto, de que con la digitalización de los procesos comunicativos han surgidos nuevos modos de manipular lo que circula: granjas de trols, astroturfing, deepfakes, etc. [3]. Modos con los que se trata de incidir sobre el sentir, las pasiones y el estado de creencias de la ciudadanía.

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En ese sentido, el problema de la comunicación no reside tanto en quiénes son los dueños de los medios de comunicación o de las redes sociales (que no está mal saberlo), sino en el tipo de técnicas y estrategias que se emplean para establecer un consenso en torno a cuestiones que marcan el sentido común de una determinada sociedad. Si atendemos a la dimensión estratégica de la comunicación, más allá de saber quién es el malvado empresario que trata de manipularnos, dirigiremos nuestra mirada a cómo enunciador y destinatario negocian el significado del mundo en el que vivimos, cuestión que determinará aquello que una comunidad de hablantes considera como más o menos verdadero, como más o menos verosímil. Se trataría, por tanto, de analizar no tanto la biografía del sujeto de la enunciación, sino las estrategias que el enunciador emplea para hacernos creíble aquello que nos está contando, incluidas aquellas que tienen como finalidad hundir o elevar la reputación de otro sujeto.

Saber que un determinado medio de comunicación es propiedad de Silvio Berlusconi no tiene por qué modificar el estado de creencias sobre ciertos convencimientos ideológicos que uno puede tener a nivel particular, como, por ejemplo, que Irene Montero o Pedro Sánchez son peligrosos sociópatas dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de mantenerse en el Gobierno. Tomando esto en consideración, la desafección que experimenta un amplio sector de la población por la política, concretamente por las opciones que se sitúan en el bloque progresista o de “izquierdas”, no responde únicamente a quiénes son los propietarios de los medios de comunicación, sino también –y en gran medida– al propio descrédito que estas opciones generan en un determinado sector de la ciudadanía, incluidos aquellos que ideológicamente serían afines.

Hoy en día, al margen de los medios tradicionales, existen otros canales aparentemente más humildes, pero que resultan ser más eficaces a la hora de conectar con distintas audiencias. Véanse aquellos que han sido señalados como “negacionistas” del COVID, “terraplanistas” o “trumpistas”, quienes al margen del statu quo han logrado crear toda una comunidad de fieles que los defiende y está dispuesta a plantar cara a los “poderes establecidos”, muchos de ellos producto de la imaginación y de planteamientos conspirativos.

Al respecto, creo que es equivocado señalarlos de forma genérica como “negacionistas”. Por una razón que espero que resulte convincente: denominándolos de ese modo se pone el acento en lo que niegan, pero no en lo que afirman. ¿Acaso estaríamos de acuerdo en llamar “negacionistas” a aquellos que en el pasado se proclamaron ateos o aportaron explicaciones alternativas a la existencia de un dios respecto a cuestiones como la evolución y el origen del ser humano? Su modo de pensar abrió nuevas formas de
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entender la realidad, generó nuevos consensos y fortificó el papel de la ciencia en nuestra sociedad. Lo importante no era lo que negaban, sino lo que afirmaban. En este caso para bien, ya que contribuyeron a afianzar el conocimiento racional y combatir el dogmatismo religioso.

¿Qué es lo que afirman aquellos que niegan la pandemia, que la Tierra es redonda y que no reconocen la legitimidad de una votación democrática? ¿Cómo se configura su universo de sentido? Se les puede señalar una y mil veces de “locos”, “golpistas” o “terroristas”. Sin embargo, eso no solucionará la cuestión de que, si esa corriente de opinión crece y se fortifica, se pueda poner en riesgo la legitimidad de ciertas verdades que hasta el momento eran nuestra brújula en el mundo.

Un desafío serio para las fuerzas progresistas sería esforzarse por comprender cómo se articulan este tipo de planteamientos, por qué resultan convincentes para un sector de la población cada vez más amplio aparentemente, y por qué otro tipo de propuestas previamente no cuestionadas sufre tanto descrédito. Sólo así cabe que nos preguntemos sobre cómo modificar ciertos estados de creencias, intervenir en espacios ahora alejados de nuestro sentido común y tratar de transformar percepciones que juegan en contra de que se puedan desplegar políticas que aborden, por ejemplo, nuestros modelos de ciudad, nuestro modelo de trabajo, nuestro sistema sanitario, nuestra política exterior, nuestra relación con el entorno, nuestro modelo energético, etc.

Un caso que puede resultar revelador es el de las últimas elecciones de Brasil. Como en el 2021 con los partidarios de Trump, los denominados “bolsonaristas” trataron de que el presidente legítimamente elegido en las urnas, Lula da Silva, no pudiese ejercer sus funciones. Más allá del señalamiento de los manifestantes como brote golpista ultraderechista (que, sin duda, lo era), considero pertinente meditar sobre este tipo de fenómenos desde el plano comunicativo.

Desde esta perspectiva, trumpismo y bolsonarismo podrían analizarse como corrientes de opinión que se han materializado en fuertes movimientos sociales cuya unión no responde a una racionalidad concreta, sino a una reacción frente a ciertas “verdades oficiales”. Porque, como señalaba más arriba, hoy la Opinión Pública ya no sólo se constituye ni dirige desde los platós de televisión, instituciones o partidos políticos, sino también desde las redes, a través de la interacción constante entre sus usuarios, quienes no parecen adherirse a una determinada corriente de opinión sobre la base de argumentos racionales, sino por el mero hecho de interactuar y formar parte de una comunidad que contribuye, en cierto modo, al establecimiento de un régimen de verdad alternativo.

Lo verdadero, en ese sentido, tal y como sostiene la Semiótica, no se define por sus contenidos, sino por su aceptación por parte de una comunidad. Verdad no es aquello que guarda una correspondencia con los hechos, sino aquello que se trata de hacer creer como verdadero y se interpreta como tal por parte de un conjunto de sujetos. En el caso de las redes, esa aceptación se manifiesta, por ejemplo, a través de retuits o acumulación de likes. Lo que significa, siguiendo las tesis de Paolo Fabbri y Jorge Lozano, que la relevancia de las fake news no se encuentra en que estas afirmen cosas falsas o no contrastadas, sino en su viralización. Se trataría de desinformación eficaz, es decir, formas informativas que se interpretan como verdaderas por parte de un conjunto de usuarios y cuya difusión influye sobre nuestro sentido de la realidad: “La tierra es plana”, “La pandemia es una invención”, “El cambio climático no existe”, “El holocausto nunca tuvo lugar”, etc.

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Lo relevante de informaciones de estas características no son sus contenidos en sí, sino la capacidad de crear una comunidad caracterizada por su virulencia, ya sean terraplanistas, antivacunas, lobos solitarios, trumpistas o bolsonaristas. En ese sentido, al margen de poder definirles como “ultraderechistas” o “negacionistas”, es importante atender a lo que sustenta su sistema de creencias, ya que eso permitirá no sólo comprender este tipo de movimientos, sino determinar lo que les genera descrédito e incredulidad. Abriendo, así, el camino hacia el establecimiento de un nuevo pacto social que recupere la confianza de un creciente sector de la población que siente desapego por el conocimiento científico, la racionalidad y los sistemas democráticos.

La eficacia de este tipo de discursos, a pesar de que pueda parecernos limitada, revela que la responsabilidad de que, por ejemplo, existan movimientos golpistas a favor de Bolsonaro o Trump no es sólo de quienes tratan de persuadir y manipular a la sociedad en una determinada dirección, sino también de aquellos que están dispuestos a creer e interpretar como verdadero todo aquello que denigra o destruye al adversario, independientemente de si lo que se dice ha sucedido realmente o es fruto de una invención. He ahí una de las grandes luchas ideológicas a las que nos enfrentamos en el presente: la predominancia de la reflexividad sobre la transitividad; o, dicho de otro modo, la equiparación del “yo” con un “nosotros” homogéneo que señala como enemigo a todo aquél que piensa distinto a uno mismo.

Esta lógica no sólo afecta a los movimientos que se identifican como reaccionarios. Las fuerzas progresistas, al menos las españolas, lamentablemente también viven atrapadas en esta constante auto-referencialidad de las redes en la que, en vez de priorizar la relación dialógica con el “otro” y la referencia a problemas comunes, prima la referencia al “yo”. Situación que, como se puede comprobar en el fenómeno reciente de Sumar, limita las posibilidades de diálogo, incluso entre aquellos que comparten a priori un mismo planteamiento ideológico o espacio político. Proyectos que pretenden presentarse como comunitarios, pero que se sustentan en debates sobre si “yo” soy o no soy “mujer de”, con el claro ánimo de ahondar en lo que les diferencia y no en lo que les une, sólo puede estar condenado al fracaso.

Captura de pantalla de un celular con texto e imágenes

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  1. Asunto sobre el que se ocupó Paolo Fabbri y que se analiza en el siguiente artículo “El destinatario en el discurso político: un acercamiento a la gramática del poder” (Martín, Fior y Lozano), en Revista Designis, número 33: https://www.designisfels.net/capitulo/i33-04-el-destinatario-en-el-discurso-politico-un-acercamiento-a-la-gramatica-del-poder/

  2. Entrevista a Jorge Lozano en Madrilánea (28/01/2021): https://madrilanea.com/2021/01/28/jorge-lozano-la-seguridad-piensa-que-eres-un-ciudadano-la-vigilancia-te-considera-un-codigo-de-barras/

  3. Se puede profundizar sobre cómo la digitalización ha afectado a los procesos mediáticos en el siguiente artículo “Figuras del destinatario en la era de la información: la digitalización de la opinión pública” en Revista Designis, número 37: https://www.designisfels.net/capitulo/i37-10-figuras-del-destinatario-en-la-era-de-la-informacion-la-digitalizacion-de-la-opinion-publica/

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