ARGUMENTOS PROGRESISTAS N.º 51, mayo-junio 2023

¿TIENE LA EMPRESA RESPONSABILIDAD SOCIAL?

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En el siglo pasado, tras la postguerra llegó un período de desarrollo económico que iba acompañado de sensibilidad social. Eso condujo a distintas actividades para suavizar el Capitalismo y distribuir mejor sus frutos. Por ejemplo, la preocupación por la responsabilidad social de la empresa generó iniciativas como el Balance Social. En la década de los años ochenta apareció una nueva clase empresarial más liberal e insolidaria, y la distribución se fue haciendo mucho más desigual. Esa situación parece prolongarse, pero eso mismo conduce a replantearse nuevamente la responsabilidad social de la empresa como una verdadera necesidad

“… Pocas tendencias podrían minar de una forma tan completa los mismos fundamentos de nuestra sociedad libre como el hecho de que los responsables de empresa acepten una responsabilidad social, en vez de intentar obtener los mayores beneficios posibles para sus accionistas.”

(Milton Friedman, 1962)

Esta declaración de uno de los fundadores de la escuela neoliberal, hegemónica durante los últimos cuarenta años en la ideología conservadora, contesta de forma precisa y convincente a la entonces importante cuestión que encabeza este artículo.

En aquellos años de la postguerra en la que se inician lo que los franceses denominaron los treinta gloriosos, la economía occidental crecía a tasas nunca conocidas, atizada por las necesidades de la reconstrucción. Las desigualdades sociales, a través de la aparición de un Estado del Bienestar posibilitado por unas reformas fiscales radicales en su progresividad, disminuyeron como nunca había ocurrido en la Historia. Los movimientos sociales de izquierda, en sus versiones socialdemócratas y comunistas, estaban conquistando cotas de poder, dentro y fuera de la empresa, antes nunca vistos. Y ese crecimiento económico se veía acompañado por la amenazante existencia de un modelo económico alternativo concretado en un estado, la URSS. Eran los tiempos de la Guerra fría. La tarta para repartir creciente y el miedo al otro`, favorecían la negociación como método de resolver o paliar el conflicto social.

No obstante, aunque el capital detentaba un poder incólume en la empresa, nunca cesó la necesidad de legitimarse ante la sociedad.

Uno de los instrumentos legitimadores que aparecieron en aquella época fue el Balance Social.

Fue en EE. UU., ante los problemas planteados por las minorías, el medio ambiente y el urbanismo, donde se realizó un mayor esfuerzo de cuantificación de lo social. A iniciativa de organizaciones contables (American Institute of Certificate Public Accountants), mediante el social audit, se intentaba expresar, en términos coste-beneficio, las ventajas y los perjuicios sociales causados por la empresa, aplicando los principios de contabilidad financiera y expresado, por tanto, en dólares.

En el norte de Europa funcionaba la cogestión. En el sur, en la Francia de 1977, bajo la presidencia del conservador Giscard d’Estaing, a iniciativa de la Patronal, se estableció por ley el Bilan social (Balance Social), obligatorio para empresas de más de trecientos trabajadores. También se estableció por ley en Italia, y lo mismo ocurría en el Portugal, recientemente democrático.

En la propia España en plena transición, varias grandes empresas, entre ellas Telefónica, publicaron sus balances sociales. En Iberia LAE no llegó a publicarse, porque coincidió con la llegada al Gobierno de los socialistas, que acabaron con estos experimentos, puede ser que para poder presentar ante la UE una impecable imagen de economistas liberales.

El Estado del Bienestar avanzaba en todo Occidente, y en aquel movimiento reformista participaban algunos grandes capitanes de empresa que, se decía, formaban una nueva clase empresarial (término que se puso de moda en contraposición a la nueva clase obrera). De hecho, algunos conservadores intentaban apropiarse del protagonismo de los cambios sociales que se estaban produciendo, atribuyéndolos a la súbita aparición de una pléyade de directivos socialmente reformistas. Las elites económicas se intercambiaban con las elites políticas, incluyendo a los socialistas.

Sin lugar a duda, la responsabilidad social de la empresa estaba en el centro del debate político.

Dibujo animado de un personaje animado

Descripción generada automáticamente con confianza baja Y llegó la década de los ochenta, y la brillante nueva clase empresarial desapareció súbitamente. El crecimiento económico se había ralentizado, las nuevas tecnologías facilitaban la aceleración de la globalización y consecuente deslocalización de las industrias; había reaparecido el paro y la inflación… Como la tarta no crecía, había que repartirla como en los viejos tiempos: de nuevo, el conflicto social. Los liberales, que habían reaparecido con el nuevo nombre de neoliberales, propugnaban la reducción del estado (de bienestar) a su mínima dimensión, el individualismo rapaz (¡porque tú lo vales!), la liberación del mercado de los controles sindicales y normativas gubernamentales, rebajas de impuestos a los ricos y austeridad para las masas… A finales de la década, la alternativa al capitalismo, la URSS, implosionó pacíficamente, sin resistencia. Había terminado el que Hobsbawm denominó siglo corto (de 1914 a 1989) con la derrota sin paliativos del socialismo. Se dijo que era el fin de la Historia.

El nuevo escenario hizo innecesario el modelo amable de capitalismo y su ideología blanda imponiendo, por ausencia de alternativa, el pensamiento único.

Con la desaparición de la nueva clase empresarial, reapareció la clásica liberal, orgullosa, libre de prejuicios, exhibicionista, quedando claro que no son los cambios en la clase empresarial los que producen cambios en el modelo económico, sino al revés, es la economía la que cambia el tipo de empresarios.

Por su parte la izquierda, derrotada en el frente central, la lucha económica, buscó su pervivencia abriendo otros frentes, como el de género, racial, identitario…

Durante treinta años, el tema de la responsabilidad social de la empresa dejó de ser objeto de debate. La hegemonía ideológica del liberalismo se había impuesto.

Sin embargo, ya desde el comienzo del segundo milenio se constataba que los sacrificios de las clases populares no conducían al futuro bienestar general prometido por los liberales. Los salarios reales seguían congelados, el ascensor social permanecía averiado, el estado del bienestar amenazado, los puestos de trabajo precarizados, la desigualdad social creciendo a una velocidad que amenaza la viabilidad del sistema, las crisis económicas cada vez más recurrentes… y las autodenominadas clases medias, que sostenían electoralmente el sistema, se asustaron por la amenaza real de pobreza.

El modelo neoliberal, en su concreción económica y social, parece haber entrado en obsolescencia. Entramos en una crisis cuya salida no es clara.

Como la Historia continúa, reaparece el conflicto social y, de nuevo, la responsabilidad social de la empresa volverá a estar en el centro del debate político.

Ciertamente la discusión filosófica sobre si la empresa capitalista tiene ética (parte de la filosofía que trata del bien y del mal de los actos humanos) es vetusta, inocua y rezuma moralina. Solo parece servir como indicador de la crisis de un sistema que necesita legitimarse. El único valor moral que se le conoce es la codicia. La sociedad valora a la empresa exclusivamente por su capacidad de optimizar beneficios. El abuso de los monopolios (escándalo de las energéticas, los beneficios inflacionarios, las subidas espectaculares de los salarios de ejecutivos…), la corrupción política que desacredita a los corruptos (políticos) pero no a los corruptores… son indicios de que la sociedad espera poco de la moralidad de sus empresas.

Poco cabe esperar de la cantinela de su autorregulación voluntaria. Es la sociedad democrática la que debe asegurar la ética de las empresas a través de la imposición de sus costumbres, leyes, valores…

Mal asunto para los ciudadanos si la sociedad, a través de la política, no impone sus reglas al mercado.

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