ARGUMENTOS PROGRESISTAS N.º 52, julio-agosto 2023

LOS VIENTRES DE ALQUILER O GESTACIÓN SUBROGADA

La gestación subrogada, vientre de alquiler o maternidad por sustitución, es un acuerdo por el cual la madre se obliga a ceder a otros sus derechos sobre el producto de la gestación. Mujeres que ordinariamente son económicamente vulnerables, venden su maternidad y se convierten en cierto modo en incubadoras de alquiler. Una función biológica inherente a la mujer le es expropiada con su consentimiento, de tal modo que se cosifica tanto a la madre como al hijo que da a luz, pues ambos se convierten en mercancía

Hoy en día existe un tipo de violencia contra las mujeres que pasa desapercibida. Quiero referirme a los vientres de alquiler, gestación subrogada o maternidad por sustitución, términos eufemísticos que tratan de enmascarar y blanquear un acto que supone el uso comercial del cuerpo de las mujeres para satisfacer los anhelos de terceros, aun cuando en nuestro país, hoy en día no se considera todavía como una práctica legal.

Nuestra sociedad contemporánea occidental ha entrado en una auténtica vorágine autodestructiva, en la que el desprestigio de la maternidad es un síntoma evidente. La maternidad siempre ha sido minusvalorada, más que nunca en este mundo actual hipertecnificado en el que vivimos. Cualquier deseo debe ser satisfecho de forma inmediata ante cualquier demanda del mercado. Esto nos lleva a pensar que una función biológica como la maternidad, puede ser expropiada y puesta al servicio del mercado, plegándose al mandato neoliberal de que “todo se compra y se vende” o “todo tiene un precio”.

Se está produciendo una invasión silenciosa de la ideología neoliberal, que se frota las manos calculando los beneficios económicos, Se trata de un gran negocio internacional que involucra a corporaciones médicas, grandes fondos de inversión, bufetes internacionales de abogados que, en su funcionamiento, necesitan imperiosamente materia prima barata: el cuerpo de la mujer.

En la gestación subrogada la mujer presta o alquila su vientre para engendrar un hijo que será entregado como mercancía en el mismo momento del alumbramiento a “sus padres compradores” (“yo lo he fabricado para ti, tómalo”). En un proceso de vientre de alquiler, la madre firma un contrato previo que le obliga a ceder sus derechos sobre el producto de la gestación, quedando reducida la relación con los financiadores a una mera transacción comercial entre las dos partes. Así, de acuerdo con las normas del libre mercado, el bebé entregado debe ser una mercancía perfecta, debe estar sano, sin tacha o malformación visible. De lo contrario, si sufriera alguna dolencia o durante el embarazo se produjesen complicaciones, los padres compradores podrían rechazar una mercancía defectuosa, aunque esta comparta genética con ellos. No habrá ni compasión ni generosidad en la transacción. Esta situación se viene repitiendo, desgraciadamente muchas veces incluso en países tan desarrollados como Australia. Podemos imaginar lo que pasará en otros menos ricos como Ucrania, India o Tailandia.

Las mujeres somos las únicas en la especie con capacidad de engendrar y transmitir vida para dar origen a nuevos seres humanos. Algunos hombres y el sistema social en el que estamos inmersos llamado patriarcado, han visto tradicionalmente en los cuerpos de las mujeres la manera de hacer negocio para su mayor provecho y conveniencia, utilizándolos para sus fines (enriquecimiento, placer sexual, tareas domésticas…). Últimamente, desde el siglo XXI, se apropian de la reproducción humana para comerciar con ella a gran escala.

Se pretende que una función biológica inherente a las mujeres les sea expropiada para ofertarla al mercado y subastarla al mejor postor. Si analizamos este fenómeno veremos que este alquiler de vientres no es una reivindicación de las mujeres. Nunca se ha visto una manifestación de madres clamando por su derecho a ser vientres de alquiler. Si así fuese, las mujeres habrían creado sus propias organizaciones, sus propias asociaciones y se habría puesto un precio a esta función. Serían ellas las que se constituirían como empresa que ofrecería los vientres. No ha sido así. Las mujeres en esta ecuación son la mano de obra y la materia prima. El cuerpo de las mujeres se ha convertido en un campo de batalla y este expolio económico merece un nombre muy descriptivo: proxenetismo reproductivo.

Imagen que contiene ropa, hombre, mujer, cama

Descripción generada automáticamente En el siglo XX, las mujeres habían logrado ser responsables de la reproducción humana gracias a los métodos anticonceptivos que, por fin, brindaban la posibilidad de decidir sobre ejercer o no la maternidad. El mercado viene a corromper este logro incidiendo particularmente sobre aquellas mujeres económicamente vulnerables, ofreciéndoles la posibilidad de vender su maternidad como si se tratase de un trabajo remunerado. Volvemos a la compraventa y mercantilización de las personas, como en la peor de las utopías, volvemos a los tiempos de la trata y la esclavitud.

El mundo contemporáneo se ha convertido en un gran laboratorio de pruebas donde grandes corporaciones se lanzan a dibujar campañas publicitarias geoestratégicas, intentando promover un cambio en la opinión pública y fomentando el liberalismo (puedo hacer con mi cuerpo lo que desee, incluyendo gestar para un tercero). Esta situación, que empezó en los años noventa con la expansión de las técnicas de reproducción asistida, ha culminado con la generación, en los países occidentales, de una gran demanda de parejas que no pueden ser padres si no es con la participación de una mujer externa.

Es entendible que cualquier persona puede desear tener descendencia o formar una familia en su etapa de madurez. Lo que no es éticamente asumible es que haya que recurrir a la mercantilización de las mujeres más desfavorecidas, y a la compra de niños, por el hecho de satisfacer el ego de terceras personas, a quienes éticamente no les preocupa utilizar a otras para conseguir sus fines.

La gestación subrogada debería salir del listado de técnicas humanas de reproducción asistida (THRA). Las THRA dan solución a personas estériles y deberían estar contraindicadas en personas fértiles. Es una contradicción englobar la gestación de una mujer sana, que ya ha sido madre por lo menos de un hijo, dentro de las técnicas de reproducción asistida. En la gestación subrogada la madre es deshumanizada y tratada como una mera incubadora. 

La gestación subrogada es el paradigma de las incongruencias. Se realiza una operación mercantil en la que se alquila una función biológica, revistiendo el acto con un neolenguaje y un contrato monetario, donde la mujer se compromete a gestar un producto sano, como si de una máquina expendedora se tratase. Se cosifica tanto a la mujer como al hijo que gesta. Una vez finalizado el trabajo, en el momento en que el niño se entrega a sus padres pagadores, finaliza toda relación contractual con la mujer.

Si ésta metafórica gestación subrogada es dolorosa para las mujeres, no lo es menos para los recién nacidos, que van a ser privados de sus madres desde el momento en que son entregados a terceros como mercancías, quedando un vacío en sus vidas que es difícil de llenar, y preguntas futuras que van a ser muy difíciles de contestar. Tal vez, en un futuro, estas generaciones de niños y niñas nos acusen como sociedad de no haberles protegido lo suficiente.

Así pues, para finalizar me planteo varias preguntas:

●   ¿Hasta qué punto deberíamos permitir que los deseos de terceros obliguen a adoptar medidas que comprometan a personas sanas?

●   ¿Hasta qué punto deberíamos considerar a los bebés como bienes de consumo, por los que estamos dispuestos a pagar cantidades de dinero y a obtenerlos, según nuestras condiciones, por contrato?

●   ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el mercado para dar cabida a todas las demandas que se le puedan presentar?

●   ¿Es ética esta práctica desde el punto de vista médico?

Al referimos a los vientres de alquiler no estamos hablando de salud; estamos hablando de un gran negocio que mueve millones de euros. Un negocio perfectamente diseñado como un engranaje circular, basado en la utilización de los cuerpos de las mujeres como meros medios y oportunidades, a las que se compra aprovechándose de la miseria en que viven inmersas para que se entreguen a la explotación de sus cuerpos y de sus capacidades reproductivas y fabriquen bebés como mercancía para ser vendidos a futuros padres que vinculan su felicidad y vida plena a la adquisición de hijos biológicos, aunque para ello tengan que comprometer la vida y la salud de estas mujeres.

Sería impensable que alguien pudiese regalar a su hijo, o donarlo, o comerciar con él, incluso suponiendo que ese niño o niña fuera regalado o vendido a unos posibles padres amorosos en aras de proporcionarle una vida mejor de la que pudiera esperar con su familia natural, o que con esa venta mejorara sensiblemente la vida de la madre, sus hermanos y del resto de su familia. ¿Cómo permitir entonces la entrega de un recién nacido a unos perfectos desconocidos, que en el mejor de los casos han aportado una célula, aunque venga avalado por un contrato de compraventa y rubricado por una corporación de abogados?

Con la gestación subrogada abrimos la puerta a la compraventa de seres humanos, por mucho que lo vistamos como devoción maternal y altruismo. No todo se puede vender y comprar. Tenemos que proteger los derechos de mujeres pobres y de los niños resultantes de estas transacciones comerciales.

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