La concreta distribución de los recursos en una sociedad condiciona la vida de las personas y las relaciones sociales. El avance en las políticas de igualdad y la consiguiente disminución de la desigualdad, que se produce tras la Segunda Guerra Mundial, ha favorecido el avance de las democracias; algo que se ha vivido de forma muy especial en España. Desde la Gran Recesión de 2007-2008, la tendencia se está frenando y se está produciendo el fenómeno inverso, con una fuerte acumulación de capital en el 1% más rico de la población mundial. Sin embargo, las democracias no soportan la desigualdad, y las ideologías legitimadoras del dominio campan a sus anchas a lomos de palabras que destruyen, descalifican o prometen, mientras la razón, que es la base de la convivencia democrática, parece abocada a retirarse a sus cuarteles de invierno. Pero aún la suerte no está echada…
I. Esta campaña electoral tiene una pinta interesante, porque venimos de una legislatura muy “creativa” –permítanme la expresión– en términos lingüísticos, en el que el diseño de realidades alternativas post-apocalípticas parece ser empeño de algunos de los más carismáticos líderes del panorama internacional, empezando por Trump, siguiendo por Meloni y acabando por los dos cavalieri que encabezan las listas que aspiran a ocupar las bancadas de la derecha del hemiciclo del Palacio de la Cortes.
Ya lo decía Searle: “las palabras hacen cosas”. Y ejemplos tenemos muchos, empezando por el anunciado objetivo de “derogar el sanchismo” que se presenta como promesa de acción política.
Sin duda va a ser una campaña donde las palabras van a hacer muchas cosas, aunque lo más curioso es que las “palabras que más hacen” son las palabras más vacías de contenido. Y no lo digo ya solo por el mantra al que he hecho referencia en el apartado anterior, sino porque ha sido esta excelsa tarea –la construcción de palabras vacías que dibujan realidades inexistentes, pero con apariencia de veracidad– la que ha ocupado gran parte de la actividad política de la oposición en esta última legislatura. Y con ello, además de la desinformación, frustración, desorientación, etc., que generan, se construye un discurso ideológico acerca de una realidad ficticia que sirve para legitimar posiciones de poder social y económico.
Ejemplo de lo antedicho podríamos ofrecer muchos, pero me voy a centrar solo en dos que me parecen paradigmáticos, por cuanto que han servido para impulsar el progreso social en los últimos veinte años, pero que, ahora están sufriendo serios ataques, como son el reconocimiento de (iguales) derechos humanos para las mujeres (feminismo) y la lucha contra la apropiación privada de bienes ambientales comunes imprescindibles para la supervivencia de la especie humana (ecologismo).
II. La construcción ideológica de la realidad se hace, efectivamente, con palabras. La descripción de la realidad se hace con datos.
Una fuente fidedigna e interesante de datos es la Base de Datos de la Desigualdad en el Mundo (World Inequality Database), que describe como está distribuida la riqueza en el mundo, detecta inequidades y ofrece razones para la acción. Según la World Inequality Database, en España, en 2021, el 10% de la población capta el 34,5% de los ingresos y detenta el 57,6% de la riqueza, en tanto que el 50% inferior capta el 21% de los ingresos y detenta el 6,7% de la riqueza. El restante 40% medio detenta el 35,8% de la riqueza y capta el 44,4% de los ingresos. En este contexto, en España la población femenina es ligeramente superior a la masculina (en torno al 51%), aunque la renta que obtiene es un 20% inferior (en torno al 40%); y en cuanto a la huella de emisiones en España, el 1% con más riqueza produce el 64,7% de las emisiones; el 10% superior, el 20,8%; el 40% medio, un 8,3%; y el 50% inferior, el 4,5%.
A la vista de estos datos cabe preguntarse: ¿quiénes están interesados en dibujar una realidad virtual en la que el cambio climático es mentira? ¿quiénes pueden estar interesados en acabar con las medidas contra el cambio climático? o ¿qué ocultan las propuestas para privatizar el territorio marítimo terrestre, para permitir construir en suelo rústico (especial atención a Cantabria en este punto), o para impedir las zonas de emisiones
restringidas en las ciudades?
Según los datos ofrecidos por World Inequality Database –que como no es española, no hay riesgo de que esté “confabulada” con Sánchez–, el 90% de la población española prácticamente cumple los objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, pero las estadísticas se descuadran por el 10% superior y, sobre todo, por el 1% superior. Así las cosas, ¿qué intereses económicos ocultan las ideologías negacionistas del cambio climático? ¿Qué se está ocultando cuando a quienes defienden el medio ambiente se les designa, despectivamente, como “ecologistas de ciudad”?
Y vayamos con los datos sobre ingresos entre hombres y mujeres: España es, en el entorno mundial y de la Unión Europea, un estado relativamente igualitario, que entre 1990 y 2019 incrementó la participación laboral femenina en la renta en 15 puntos porcentuales –mientras que Europa lo hizo solo en 6 puntos, aunque la situación de partida no siempre era la misma–. En 1990, Felipe González aprueba una ley contra la discriminación de género en el ámbito de la familia; en 2004, Rodríguez Zapatero aprueba la ley contra la violencia de género –junto a un importante paquete legislativo promotor de la igualdad–, y en esta última legislatura se han aprobado importantísimas leyes que promueven la igualdad de las personas y de género, por más que algunas han sido utilizadas como ariete contra el gobierno por algún aspecto puntual. Esto es lo que ha sucedido con la Ley de Garantía integral de la Libertad sexual de 2022 o la Ley para la Igualdad real y efectiva de las personas Trans y para la Garantía de los derechos de las personas LGTBI; la denominada “ley trans”. Leyes, las dos, de una enorme importancia para acabar con actitudes de rechazo u opresión, y que contienen un importantísimo conjunto de medidas sociales de refuerzo frente a la discriminación y la marginación. Ciertamente todos los gobiernos aprueban leyes importantes, pero no todos los gobiernos apostaron por la igualdad de oportunidades. Como ejemplo y muy rápidamente, cabe recordar las más carismáticas leyes aprobadas en el “periodo Rajoy”: la ley mordaza, la amnistía fiscal, la introducción de la cadena perpetua en nuestro código penal o el desmantelamiento de la protección ambiental de la ley de costas o de la ley de montes.
Las leyes que promocionan la igualdad, de cualquier tipo, pero muy especialmente las leyes que apuestan por la igualdad de género han sido objeto de fortísimas críticas, y han servido para acusar al gobierno de España de apuntarse a una “alocada ideología de género” que hay que combatir. Pero es preciso ser conscientes de que, tras tan virulentas reacciones, también está el hecho de que estas leyes acaban con “palabras que hacen cosas”, palabras que legitimaban posiciones de poder y de discriminación. O si no, ¿cómo se puede interpretar que una penetración sobre una persona menor usando violencia se denominara “violación” cuando era realizada por un adulto desconocido, y “abuso” si el agresor era conocido y tenía tanto poder sobre la víctima que no era necesario que recurriera a la violencia? Estoy segura de que no es necesario recordar casos concretos, pero probablemente sea preciso preguntarse ¿qué relaciones de poder legitima, a quién beneficia –y a quien perjudica– esta terminología?
III. En estas próximas elecciones generales, la ciudadanía debe elegir entre palabras que hacen cosas y razones para la acción.
Las palabras que hacen cosas apelan a la risa o a la emoción y construyen mundos, marcan diferencias, legitiman posiciones de poder y califican hechos y a personas.
Las razones para la acción se deducen de datos –datos que describen realidades–. Los datos muestran el incremento de la desigualdad de recursos y renta entre las personas en nuestra sociedad.
Teniendo en cuenta que la democracia no soporta grandes márgenes de desigualdad, antes de tomar decisiones que condicionen su futuro, permítame preguntarle: ¿en qué sector está Ud.? ¿En el 10%? Y, entonces, ¿por qué opta Ud.: por palabras que hacen cosas o por razones para la acción?
En cualquier caso, no se quede en casa y actúe. Por el futuro, por la igualdad de oportunidades, por Ud.
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