AP4709 LA BRECHA DIGITAL: de nuevas tecnologías y desigualdades
LA BRECHA DIGITAL: de nuevas tecnologías y desigualdades


Cuando existe desigualdad social, la innovación tecnológica suele ser mejor aprovechada por los que más tienen. Las TIC también han provocado un agravamiento de la desigualdad. En general, la “brecha digital” ha tenido dos olas sucesivas: una, centrada en la conectividad, y otra en la dimensión cognitiva. Las estadísticas muestran la gravedad de la brecha en colectivos con tipos distintos de desventaja: edad, medios económicos, discapacidades, etc. Es necesario derribar ciertas barreras tecnológicas, y en paralelo facilitar el aprendizaje de competencias digitales a los excluidos
Estamos en la Red, pero no escuchamos al otro, solo hacemos ruido
Byung-Chul Han
Es posible que no recuerde quienes son “The Buggles”, pero una de sus canciones forma parte de cierto imaginario colectivo. Me refiero al tema “Video killed the Radio Star”, que se grabó por primera vez en un lejano 1979 y que a su vez tiene el honor de haber inaugurado el canal de televisión MTV en 1981. Llegaba un cambio tecnológico, uno que alcanzaba incluso a los hogares y que hacía prever la existencia de una brecha entre el pasado y el futuro. El vídeo finalmente (o al menos, no por ahora) no mató a la estrella de la radio porque las previsiones tecnológicas son un universo proceloso. La firma digital se inventó en 1976 y sabemos que le costó (está costando) triunfar, y el Wi-Fi formulado por Lamar en 1942 no se desarrolló hasta 1997.
Aunque parezca, por tanto, que el concepto de brecha digital es algo nuevo, la realidad es que, como especie, nuestro camino al futuro está trufado de avances tecnológicos que funcionan a distintos ritmos. Y entonces, ¿por qué hablamos ahora más que nunca de brecha digital?
En una sociedad donde existe una brecha social; esto es, donde la diferencia entre los más ricos y con más recursos es cada día mayor frente a los que menos tienen, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), lejos de hacer esa desigualdad más corta, han ahondado con frecuencia es una mayor inequidad. Por tanto, debemos considerar la brecha digital como una nueva expresión de la desigualdad; o dicho de otro modo, de injusticia.
Sin embargo, no debemos, o no solo debemos verlo como un problema de falta de acceso a la tecnología, sino que conviene una mirada que permita entender su carácter estructural y reconocer los múltiples agentes que lo generan.
La sociedad de la información (incluidas sus autopistas y su discurso de camino necesario al progreso universal) se configura desde lo académico y lo político ya a finales de los años sesenta, y cobra especial relevancia a partir de los ochenta, en tanto que comienza a afectar a procesos productivos, nuevos modelos de trabajo y también de negocios, compras o crédito y por tanto esta nueva realidad económica alcanza a los propios gobiernos. La deriva conducirá a un nuevo ciclo industrial encabezado por el sector electrónico-informático, que modifica la acumulación del capital. Este proceso fue valorado en dos sucesivas cumbres mundiales sobre la Sociedad de la Información convocadas por la ONU, la primera de ellas en Ginebra en el 2003, con la asistencia de 175 países y donde se plantea por primera vez a nivel global la desigualdad y la necesidad de crear un Fondo de Solidaridad Digital, y una segunda cumbre que tuvo lugar dos años después en Túnez.
Las ideas de progreso generalizado, conectividad universal y sin fronteras o igualdad resultaron ser solo un anuncio, puesto que los factores estructurales que explican las “viejas causas” de la desigualdad continuaban operando a la vez que han surgido otras nuevas. No hablamos solamente de tecnología, hablamos de la participación o no de los ciudadanos en redes globales, de procesos de precarización y de exclusión que no hacen sino generar una nueva desigualdad, la de la desconexión.
En la conceptualización del fenómeno de la brecha digital debe hablarse de dos fases u olas, la primera de ellas se centra casi exclusivamente en la conectividad (con el foco puesto en el acceso a las tecnologías, y por tanto resoluble con la expansión de infraestructuras, conexiones y disponibilidad de equipos). Es en ese contexto donde Pippa Norris (2001) escribe su libro: “Digital divide” y describe por primera vez la “digital gap”, apuntando además cuestiones de exclusión que empezaban a incluir las competencias. La segunda ola enfoca la brecha en su parte cognitiva y en las desigualdades que se producen en la producción y participación de los conocimientos en función de las capacidades y habilidades de quienes usan las tecnologías. Al respecto uno de los trabajos pioneros ha sido el de Lisa Servon (2002), quien incluyó por primera vez el “analfabetismo digital”, y así la UNESCO ya en 2005 consideraba que abatir esta brecha constituía uno de los mayores desafíos en el futuro. Reducido a la más pueril simplificación, la primera ola va de cosas y la segunda de personas.
Uno de los problemas que interrelacionan la primera brecha con la segunda, por más que algunos políticos no lo hayan comprendido, es que (solo) el acceso universal a los sistemas/tecnología no garantiza el cambio social y por tanto mantiene la brecha.
Entre los factores que contribuyen a agrandar la brecha digital, están los bajos ingresos y otras limitaciones financieras, las conexiones de poca calidad o alto precio, el bajo nivel de educación, la falta de conocimientos informáticos, asistencia técnica deficiente y un acceso limitado a contenidos de calidad de las TIC. En lo que se refiere a la tipología de la brecha, podemos hablar de su existencia por cuestión de edad (mayores y jóvenes, sin olvidar la infancia), por cuestión de género, de índole geográfica o territorial, por cuestión de renta o índole económica, de índole formativa o laboral, y finalmente de índole funcional (discapacidades física o psicológica).
Si hacemos un repaso rápido sobre los datos en España, según el INE el 13,6% de los hogares están excluidos del universo digital. Para datos de diciembre del 202, el 20% de los españoles (una cifra que lleva años estancada) ni busca nada en internet ni envía emails. Los porcentajes se disparan si hablamos de personas mayores, donde un 40% asegura que nunca ha accedido a internet. Un tercio de la población dice que no sabe comprar por internet y casi un 35% de los españoles no sabe cómo comunicarse con las Administraciones Públicas por medios electrónicos al no tener los conocimientos necesarios. Es cierto que los datos sobre número de terminales en los hogares y conectividad han mejorado en los últimos años, pero también lo es que existen colectivos, como señala el informe de la fundación FOESSA, que están inmersos en el nuevo analfabetismo del siglo XXI, donde casi el 70% de los hogares compuestos por personas mayores de 65 años viven un apagón digital.
La brecha digital se ha convertido en un nuevo factor de exclusión social que afecta directamente a la igualdad de oportunidades. El 32% de los hogares donde los ingresos netos están por debajo de los 1600 euros, no tienen un ordenador, y el 25% de los hogares monoparentales tampoco. Una de las consecuencias se refleja en el acceso al empleo, ya que, en absolutamente todos los indicadores analizados, la preparación digital de los desempleados es inferior a los de aquellas personas con empleo.
Conviene tener una mirada amplia e informada, puesto que las categorías no funcionan como colectivo. Ni los mayores ni el resto de los grupos son homogéneos, porque se ven afectados por su renta, su geografía o por cuestiones culturales. Pero si hay dentro de su variabilidad una cifra difícil de asimilar es la que se refiere personas con capacidades diversas, donde no utilizan internet un 80 % en el caso de la discapacidad cognitiva, cerca del 70% en la física, en el 67% en la auditiva y en el 61,3% en la visual. Aunque aquí los datos fluctúan también en relación con la edad hay otras variables a tener presentes, como el miedo a sentirse engañado (10%) o la falta de adaptación a su capacidad (15%), en España el 70% de este colectivo no tiene firma digital.
Resulta por tanto imprescindible invertir en diagnósticos que identifiquen claramente las diversas manifestaciones de la desigualdad y cuáles son los factores que inciden en dicho problema. En este sentido, desde Más Madrid planteamos varias enmiendas a los presupuestos del 2022 en relación con la brecha de género, y también a la que sufren personas con capacidades diversas. Las enmiendas no fueron admitidas, y eso a pesar de que la Comunidad de Madrid no cuenta con datos propios que cuantifiquen el problema.
La realidad madrileña, en el ámbito autonómico, es que la política digital se ha quedado más en el impulso a un modelo que mira lo privado y lo tecnológico y que solo de manera tangencial ha incluido la brecha digital entre sus objetivos, aunque no existen desarrollos claros más allá de los programáticos.
Conviene no caer en el triunfalismo tecnológico que con frecuencia obvia los problemas que acarrea la manoseada obsolescencia programada. Así, y referidos por ejemplo a los terminales telefónicos, los cambios dejarán sin funcionar a los teléfonos más antiguos y sencillos, así como muchos de los modelos con teclas grandes pensados para adultos mayores. Estos dispositivos solo sirven para hacer llamadas y enviar mensajes de texto tradicionales (SMS). En estos casos, los usuarios tendrán que actualizar sus equipos.
El apagón de la red 3G sucederá relativamente pronto. Vodafone ha anunciado que será a finales de 2023, aunque ya lo ha realizado, de forma experimental, en dos ciudades: Talavera de la Reina (Toledo) y Badalona (Barcelona). En ambos casos se crearon grupos especiales de asistencia, para ayudar a los posibles afectados. Orange y Movistar han anunciado cambios similares para el 2025. El apagón tecnológico o la simple caducidad de algunos de sus elementos produce sin duda ciertos beneficios, en algunos casos económicos, en otros incluso medioambientales, pero es recurrente y replicable a cada ejemplo que cada avance deja a alguien fuera del sistema.
En este verano del 2022, que será histórico por el calor, el Ayuntamiento de Madrid impone unas normas para el acceso a las piscinas donde todos los usuarios deben adquirir sus entradas telemáticamente. En su concepto de brecha digital, únicamente un 5% de la sociedad (mayores y personas con discapacidad) puede comprar en la taquilla sus entradas. Se trata de una mirada estrecha que no ha entendido que la exclusión y la desigualdad son una sombra mucho más larga que incluye migrantes, personas con dificultades con el idioma, refugiados, desbancarizados, personas sin internet, vulnerables…
Pero ¿podríamos imaginar un mundo sin tecnología? Sonia Livingstone, una de las mayores expertas mundiales en digitalización, opina que la inmensa mayoría no querría volver treinta años atrás, pero el día a día lo que ha mostrado es que la innovación tecnológica es rápida, compleja y opaca. Son muchos los ciudadanos, con la excepción quizás de los más expertos en el mundo virtual, los que añoran la posibilidad de acudir a las oficinas públicas a solucionar sus asuntos. El dato es aplastante: el 83% de las personas mayores (y que las entidades bancarias llaman clientes seniors) prefieren un trato personal humanizado.
Los avances tecnológicos que nacieron (al menos en principio) para hacernos la vida más fácil, también nos generan problemas técnicos y, a veces, incluso ansiedad o desconexión de la realidad. Nos resulta desesperante o extraño que cuándo lo digital es para consumir resulta mucho más sencillo que cuándo se trata de comunicarse con la administración. Podríamos hablar de falta de empatía en la burocracia digital, y por tanto de una necesidad urgente de reevaluar la accesibilidad de los formularios electrónicos. Lo que hemos etiquetado como progreso o modernidad tiene un mucho de deshumanización y un bastante de falta de libertad, al punto que son muchas las personas que se sienten cautivas forzosas de “lo digital”.
En 1968 Philip Dick escribió: “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, situando la escena en un planeta donde una guerra mundial ha terminado con cientos de miles de personas en 2021. La ciencia ficción se parece demasiado a la realidad. El sabor del relato es de una sociedad llena de soledad, hiperconectada en lo tecnológico pero desconectada en lo humano. La pandemia de COVID 19 ha actuado en ese sentido como un acelerador de la desconexión, pero también de la digitalización. La ciencia ficción preveía que en el siglo XXI conviviríamos con facilitadores robots humanoides, pero la realidad es que los bots (que habitan en la red) están llenos de connotaciones negativas.
El futuro en cualquier caso está aquí desde hace años, pero lo que no parece haberse tenido en cuenta es que, igualmente y en paralelo, vivimos en un tiempo en constante transición, y que la política no puede mirar hacia otro lado. Para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible[1], es indispensable que la sociedad digital incluya a todas las personas y en todos los momentos.
Implementar y potenciar el acceso a las TIC de manera universal y continuada es el único modo de garantizar la participación y los derechos de todas las personas en el desarrollo de la sociedad que se construye. Solo si favorecemos esa total participación, que además mejora la calidad de vida y la independencia de las personas, trabajaremos en disminuir la desigualdad que constituye la brecha digital.
Dichas políticas, que deben considerarse una prioridad de los gobiernos en todos los niveles de la administración (local, regional, nacional, internacional…), sólo pueden abordarse con éxito desde las alianzas entre el mundo de la ciencia y la investigación, y desde las sinergias entre lo público y lo privado.
Es cierto que vivimos un momento donde han sido varias las iniciativas sociales, mediáticas y también políticas, encaminadas a visibilizar la distinta fenomenología de la situación: (“Soy mayor, no idiota” campaña liderada por Carlos San Juan; “quieroquemeatiendan.es”; “Fundación Cibervoluntarios”; “Levanta la cabeza” de Atresmedia o el programa “Interdigitales” propuesto por Más Madrid en la Asamblea en forma de Proposición No de Ley) pero es imprescindible que esto no quede en flor de un día, y que el sistema educativo incluya la capacitación digital de un modo efectivo, buscando en modelos como Finlandia, Suecia o Noruega que resultan referentes en ese sentido.
La disparidad social que se entreteje con la brecha digital debe ser abordada tanto desde la reducción de las barreras tecnológicas para facilitar el acceso de las personas a la web, como mediante la nivelación de competencias entre los individuos.
Algunas medidas no son en absoluto complejas, y responden únicamente a una cuestión de voluntad política, como la propuesta planteada por Más Madrid de activación de multicanales de atención en los servicios telefónicos de atención al ciudadano (ya sean municipales o autonómicos), que proporcionen atención personalizada en la burocratización de los sistemas tanto a mayores como a personas en situación de vulnerabilidad. Ha sido aprobada tanto en el municipio de Madrid como en el contexto autonómico. Falta ver si se cumple.
La efectividad de un Gobierno se mide por la calidad de los servicios públicos que presta a la ciudadanía, y esos servicios, en lo que se refiere a lo digital, deben tener un carácter de accesibilidad universal y de mejora permanente que no deje a nadie fuera del sistema, y que garantice derechos. En la urgencia colectiva de cuidar y de avanzar, la política tiene obligatoriamente que interseccionar en el camino de la banca o las grandes compañías telefónicas o tecnológicas que se ocupan más de los beneficios económicos y de los tiempos cortos que de los vulnerables. La tecnología puede ser un puente entre civilizaciones o un muro que nos separe; solo la cooperación digital y la soberanía tecnológica pueden cerrar la brecha digital en esta cuarta revolución industrial.
Han, el filósofo surcoreano de la cita del inicio habla del concepto de subyugación digital, de la existencia de una brecha cada vez más grande entre lo real y tangible y un mundo de información no tangible, de no-cosas. Teoriza también sobre la vinculación de todo ello con un capitalismo neoliberal que necesita ser domado; es decir, humanizado. Ahí están nuestros retos: actuar desde la política en este nuevo y complejo rostro de la desigualdad construido y sostenido por relaciones de poder, y entender desde lo público la necesidad de apelar a la idea primigenia de universalización, y por tanto no dejarse a nadie atrás.
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Entre los ODS, el Objetivo 9 trabaja para reducir la brecha digital y garantizar el acceso igualitario a la información y el conocimiento que se transmite por las redes, con un esfuerzo en proporcionar acceso universal y asequible a internet. El ODS 4 en su meta 4 trabaja para garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad que promueva oportunidades de aprendizaje durante toda la vida, teniendo presente el incremento necesario en jóvenes y adultos en la búsqueda de esas competencias para garantizar la inclusión. También pueden añadirse el ODS 8 referido al trabajo digno y el crecimiento económico, y donde la creciente digitalización ha convertido en imprescindibles las capacidades tecnológicas, y el ODS 10 de reducción de las desigualdades. ↑