AP4806 DESARROLLO Y EMERGENCIA CLIMÁTICA: ¿CRECIMIENTO O DECRECIMIENTO?

ARGUMENTOS PROGRESISTAS N.º 48 noviembre-diciembre 2022

DESARROLLO Y EMERGENCIA CLIMÁTICA: ¿CRECIMIENTO O DECRECIMIENTO?

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Hoy día, el cambio climático es una hipótesis científica demostrada, y además estamos empezando a sufrir la emergencia climática de una manera directa. Lo que resulta menos patente es la vinculación del cambio climático con el modo de producción capitalista. Sin embargo, esa relación es tan importante que, si aspiramos a influir de manera positiva en el clima, hemos de trabajar para cambiar el modo de producción, hacia un modelo de desarrollo sostenible y justo

Hace unos ocho años me llamaron de una televisión que podíamos ubicar en el extremo político, muy a la derecha. Querían hablar sobre el cambio climático en un debate. Tenían cuatro negacionistas de este y necesitaban a un “pringado” que afirmase que si existía. Ese era yo, y como me gustan los retos, acepté. No estuvo nada mal; creo que, modestamente, me defendí bien. Cuatro años después me volvieron a llamar. Querían volver a tratar el tema, y para ello, contar conmigo. Esta vez el cambio era sutil: ya no negaban el cambio climático, pero sí que el responsable fuese el ser humano. También salí contento. Hay que llegar a todos los públicos, y a los más difíciles con mayor esfuerzo.

Hoy, estos medios han incluido un argumento en sus proclamas: el cambio climático, la Agenda 2030… es de “izquierdosos”. Nos suena, ¿verdad? La realidad es que estas cuestiones no tienen, o deberían tener, color político en absoluto. Quizá deberíamos tener debates sobre cómo afrontarlos. Si un gorila te ataca en la selva, hay dos opciones: correr o quedarte quieto, pero que el gorila viene amenazante es una verdad absoluta.

El segundo argumento tiene más que ver con la radicalidad y falta de argumentos de la extrema derecha y derecha más conservadora. Me opongo porque es de los contrarios, como si fuese algo de futbol o similar.

El primero, es algo más ideológico. Negar el cambio climático es ya marginal e inculto. No hay debate. Es la mayor certeza, y con mayor consenso de toda la comunidad científica, actualmente. Hace años, para mostrarlo hablábamos de cosas lejanas; ciertas, pero distantes: osos polares, desapariciones de especies exóticas, deshielo en los polos, problemas futuros… Hoy vemos que, además de esto, nos encontramos con grandes olas de calor y, al tiempo, lluvias torrenciales, sequias, ríos en nuestros pueblos que ya no tienen agua y muchos ejemplos cercanos. Hoy lo sentimos cercano y lo vemos.

Afirmar que el ser humano es el responsable, tiene mucho que ver con la forma con la que nos relacionamos con el planeta. Es cierto que siempre hubo cambios climáticos, pero nunca hemos tenido eventos climáticos tan virulentos, intensos y concentrados como en estos momentos. Las emisiones de gases de efecto invernadero, especialmente el CO2 como principal gas que provoca este cambio climático, comenzaron a aumentar de forma tremenda desde 1750 aproximadamente. Es decir, desde el inicio de la revolución industrial, cuando comenzamos a quemar carbón. Posteriormente ha tenido altos crecimientos, muy vinculados al uso de otros combustibles fósiles y a la globalización de la producción y generación de energía. También sabemos, gracias a estudios en capas geológicas, restos fósiles de sedimentos y catas en los polos, que nunca existieron desde hace 800.000 años niveles de CO2 como los actuales. Debemos entender el momento. No sabíamos hace tres siglos que quemar carbón fuese perjudicial al planeta, pero proporcionó un gran desarrollo y una mejora de la calidad de vida, al menos para una parte importante de la población. Hoy, con más conocimiento y ciencia más avanzada, lo sabemos mejor.

Volvamos al inicio. Negar el cambio climático es poco serio, pero negar el papel del ser humano es ralentizar o luchar contra cualquier cambio de modelo económico o de producción. Aquí está la clave: al modelo económico capitalista clásico le viene mal cualquier cambio, y más si esto significa reducir o modificar la forma de producir.

Humo saliendo de la tierra

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Pero la realidad es inexorable, debemos cambiar nuestro modelo económico y social para hacerlo, no solo más sostenible, sino más justo. No solo las entidades y determinados partidos, intelectuales o movimientos sociales lo proclaman; las instituciones supranacionales, como la ONU, la UE…, la mayoría de los países e incluso los foros económicos, consideran que el problema es una emergencia y debemos actuar cambiando el modelo. Es llamativo que en las cuatro últimas reuniones del Foro de Davos, el cambio climático y los cambios que deben producirse para luchar contra él, se han situado entre los tres problemas más importantes a debatir. Pero también, curiosamente, en las reuniones del Partido Comunista de China ha ocurrido lo mismo. Lo evidente, quizá con distintas formas de atajarlo, cae por su propio peso.

Haciendo historia reciente, podemos ver cómo hemos cambiado y percibido la situación. Hace ahora 50 años se celebró la Cumbre de Estocolmo, todo un gran primer paso de concienciación, toma de decisiones, escucha a la ciencia y generación de opinión sobre el impacto del ser humano al planeta. Los acuerdos y reflexiones giraban en torno a un concepto muy directo: no podemos dejar un planeta peor a nuestros hijos de como lo recibimos. Pensábamos en nosotros y en la calidad de vida de las generaciones futuras.

Hoy, con más información, mayor conocimiento de la ciencia, mucho tiempo perdido, aumento de los niveles de CO2 en la atmósfera y sus consecuencias, gran nivel, al tiempo, de concienciación mundial y acuerdos importantes, aunque lentos y no de todos, pensamos y hablamos no ya que la calidad de vida de nuestros hijos sea igual o mejor, sino para que haya vida en el planeta. De perder calidad a desaparecer. Ese es el gran cambio en la percepción.

Por eso le llamamos emergencia climática, y cuando hay una emergencia las medidas deben ser fuertes, drásticas y de cambio.

Admitiendo que debemos cambiar nuestro modelo económico y social, la pregunta es: ¿debemos reducir nuestro modelo de consumo y producción? O, ¿podemos modificarlo y actuar correctamente ante la emergencia climática? Es decir: ¿es suficiente? ¿Hay tiempo?

¿En qué línea debemos dirigir ese cambio de modelo? Varios son los frentes, y deben realizarse de distinta forma según el nivel de desarrollo y progreso de cada país. Uno de los grandes debates en todas las cumbres climáticas, lo aportan los países más desfavorecidos. Ellos afirman que, no siendo los causantes, o los principales causantes de los efectos al clima, deben adoptar medidas iguales de drásticas que las que proponen los países que si son los principales emisores. Un representante de un país sudamericano le señaló a un dirigente alemán: “Cuando mis ciudadanos tengan los niveles de sanidad, educación y

servicios públicos que los que Ustedes han logrado en su desarrollo “contaminante”, nosotros dejaremos de emitir. Mientras, tenemos derecho a desarrollarnos igual que Ustedes lo hicieron”. No es muy coherente con el momento, pero parece justo.

Tenemos tres posturas a plantear:

  1. Reducir nuestro modelo o DECRECER. Supone ralentizar el modelo económico, reducir nuestros niveles de consumo de recursos, energía y acciones. Si todos los países del mundo tuviesen el mismo nivel de consumo y demanda energética o de recursos naturales que los países del denominado “primer mundo”, necesitaríamos tres planetas Tierra y media. Como no lo tenemos y es insostenible, debemos ralentizar la economía del conjunto para equilibrar. Algo de esto hay que hacer, sin duda.
  2. Seguir un modelo de CRECIMIENTO. Actualmente, nuestro modelo se basa en fomentar la demanda y potenciar la renovación continua del consumo. Es decir, una parte importante de nuestro modelo occidental se basa en el “usar y tirar”, generando grandes consumos de recursos, superando la capacidad del planeta de generarlos, generando grandes cantidades de residuos y sus efectos, y provocando una movilidad o transporte de alimentos, productos… tremenda por todo el planeta. Un ejemplo es la ropa. En los últimos 15 años hemos aumentado el volumen de ropa en nuestros armarios un 60%, en todo el planeta. Pero nos dura la mitad que antes: un año frente a dos. Compramos más, pero es de peor calidad. El principal argumento para mantener esta postura es la confianza en que el modelo se autorregula y, algo muy importante: la tecnología y la ciencia reparará los “desperfectos”. Es una cuestión de tiempos. Creer a pies juntillas en la capacidad de la tecnología, es confiar también en que llegará a tiempo sin causar perjuicios. Y eso, no siempre ha sido así. Es no cambiar y confiar en el futuro. En último extremo, ese futuro nos pilla lejos. Pero no es cierto. Es el presente y el futuro, y sus efectos son muy cercanos: 2035, 2050…
  3. Un modelo mixto de DESARROLLO SOSTENIBLE Y JUSTO. Podemos seguir avanzando, generando energía para que llegue a todos los rincones del mundo, alimento y desarrollo educativo y sanitario, por ejemplo, sin destrozar el planeta. Podemos y debemos. Se trata de mirar hacia atrás y ver cómo nuestro modelo actual de las últimas décadas es un modelo de “nuevos ricos”: compro y tiro porque puedo, y el que no puede, aspira a hacerlo igual. Suelo plantear a veces que el mejor modelo de ecología era el de nuestros padres y abuelos: nada se tira, todo se aprovecha. Arreglar o reparar es lo normal, frente a tirar y comprar. Las luces no se encienden si no se usan; el grifo se abre, y poco, al usarlo…La austeridad es un valor, y no es sinónimo de “cutre”.

Debemos decantarnos, es mi opinión, por el tercer modelo, porque es el más adecuado para el equilibrio entre el planeta y las personas. Pero además es posible.

Los países que miden su progreso y desarrollo con otros indicadores más allá del PIB, la UE comienza a usarlos. El gobierno laborista de UK hizo grandes avances, y otros países como Bután o Costa Rica los aplican de forma oficial. Están viendo que avanzan más y son más competitivos si reducen sus residuos, consumos innecesarios, contaminación o transportes insensatos, por ejemplo. Les ayuda a invertir más y mejor en bienestar social, justicia, y encima les hace más competitivos en los mercados. El modelo de turismo sostenible de Costa Rica les aporta más ingresos por turista y en términos globales, que otros países que han apostado por el turismo masivo. Además, mantienen sus espacios y reutilizan esos recursos para el progreso de su sociedad.

Queda mucho por hacer, muy poco tiempo y sabemos cómo hacerlo en grandes líneas. Creo que es el momento de la valentía, la innovación y la POLÍTICA con mayúsculas, la del bien común. Como dice el ex vicepresidente de los Estados Unidos de América, Al Gore, gran activista contra el cambio climático: “La voluntad política es quizá el recurso más escaso disponible en la Tierra, pero podemos presionar, incidir, actuar y votar”.

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