AP4803 LA IMPRESCINDIBLE CONFLUENCIA ENTRE LA TRANSICIÓN ECOLÓGICA Y LA SOCIAL

ARGUMENTOS PROGRESISTAS N.º 48 noviembre-diciembre 2022

LA IMPRESCINDIBLE CONFLUENCIA ENTRE LA TRANSICIÓN ECOLÓGICA Y LA SOCIAL

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La incidencia de la actividad humana (y en su mayor parte, social) sobre el medio ambiente, provoca efectos de retorno sobre la sociedad, y tan graves que ponen en cuestión el modelo de desarrollo que se ha venido practicando. La Unión Europea empezó a actuar al respecto desde 2001, con la Estrategia de Desarrollo Sostenible. Sin embargo, en la actualidad se corre el peligro de que la EDS pierda intensidad ante problemas más acuciantes.  Una de las líneas de acción más importantes e insustituibles es la sobriedad en el uso de la energía (y para ello, una austeridad más global). Esa sobriedad debe acompañarse de una mayor justicia social

No hay transición ecológica sin transición social y societal

El mundo, y la UE, ha tenido que afrontar en los dos últimos años una serie de crisis: la pandemia; la invasión de Ucrania y la profunda crisis del multilateralismo; las acrecentadas manifestaciones del cambio climático (incendios, sequías, inundaciones, huracanes, altas temperaturas); las consecuencias de la hiperglobalización; la expansión de los populismos iliberales; la irrupción de la inflación o el desafío demográfico. Estas situaciones han puesto de manifiesto algunas cuestiones cruciales.

De ellas, el deterioro medio ambiental y climático no implica solamente un problema económico; supone un dilema sistémico. Que cuestiona el modelo de crecimiento, el conjunto de los sistemas de producción, de transporte, de distribución y de consumo. Ya estamos viendo cómo el deterioro del modelo actual replantea los equilibrios y las alianzas geopolíticas, las relaciones sociales, las políticas económicas e industriales.

La Unión Europea ha sido pionera en el tema medioambiental. En 2001 aprobó la Estrategia de Desarrollo Sostenible (EDS), en la que se recogían objetivos sociales como la lucha contra la pobreza y la cuestión de los cuidados sanitarios. La estrategia se renovó en 2006 y, para el período 2005-2010, estableció siete objetivos: cambio climático y energías limpias; transporte, producción y consumo sostenibles; retos de la salud pública; gestión de recursos naturales; inclusión social; demografía y migración; lucha contra la pobreza mundial.

Sin embargo, con la crisis de 2008, el crecimiento a toda costa se ha convertido en el objetivo principal, eso sí, se sigue denominando “sostenible”. La EDS pierde fuelle, así como el debate sobre la renovación de los indicadores más allá del PIB. Tomó aire de nuevo con las medidas adoptadas para afrontar la crisis del Covid-19. Y, ahora con la invasión por Rusia de Ucrania, una inflación desbocada y la crisis de acceso a la energía, se corre el riesgo de poner, de nuevo, en cuestión la prioridad de las políticas medioambientales.

Cincuenta años después del Informe Meadows sobre “Los límites del crecimiento”, seguimos lejos de comprender y de asumir que la transición ecológica es un imperativo ineludible para evitar un mundo sometido a fenómenos climáticos extremos, que cuanto más tarde se afronten, más duros e incluso más irreversibles, resultarán. Recientemente y en vísperas de la COP27 de noviembre de este año, la que fue secretaria ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre cambios climáticos, Patricia Espinosa, ha señalado que “las financiaciones destinadas a los cambios climáticos deben ser vistas como una inversión de supervivencia para la humanidad”.

Así mismo, es cada vez más evidente que no es posible realizar la transición ecológica sin la transición social, y que el desafío de la revolución digital debería ser abordado en complementariedad con el cambio climático. Como esencial es que los retos medioambientales, que son el mayor condicionante y con las consecuencias más radicales, vayan al unísono con la transición social.

Seguimos siendo reticentes a asumir que el elemento fundamental de la transición ecológica será social, porque implica un rotundo cambio de modelo de sociedad. Con radicales cambios en el trabajo, en los modos de vida, en la igualdad social. Ello exigirá medidas sociales para que sean aceptados por la ciudadanía, mediante lo que el sindicalismo internacional ha denominado “una transición justa”. Es decir, determinación para llegar a tiempo, consensos muy amplios y sostenidos en el tiempo para materializarlos y una nueva concepción de la globalización para poder realizarla en todo el mundo. Sólo si terminamos reflexionando con esta perspectiva y actuando en consecuencia podremos afrontar el peligro medioambiental al que está enfrentada la humanidad.

La dependencia energética y las manifestaciones del cambio climático han evidenciado los límites del crecimiento infinito y del consumo despilfarrador

Pese a que la invasión de Ucrania, y la crisis energética que de ella se ha derivado, ha acaparado el debate público, finalmente también ha emergido un debate sobre la importancia del cambio climático y ecológico en lo que está pasando. Que no todo se debe a la invasión de Ucrania, ni todo va a volver a la vieja realidad cuando aquella quede atrás.

Hasta ahora, el debate sobre el cambio climático, más allá de mucho lenguaje repleto de términos performativos, verdes y sostenibles, no ha estado apenas presente en las campañas electorales o en el debate político.

Pero últimamente, diversas Agencias se han pronunciado en el sentido de que será imposible desembarazarse de las energías fósiles (petróleo, carbón, gas) solamente gracias a las innovaciones tecnológicas. Incluso el Grupo de Expertos intergubernamental sobre la Evolución del Clima (GIEC) ha consagrado, por primera vez, un capítulo entero de su último informe a la cuestión. Los datos de Naciones Unidas indican que las emisiones de efecto invernadero aumentarán un 14% de aquí a 2030, en lugar de reducirse un 45% en el mismo periodo para lograr limitar que el calentamiento global del planeta no superara los 1,5 grados.

Así, con la crisis energética y climática que hemos padecido este verano, lo que no era audible hasta ahora se ha hecho presente de manera más general. Y la demanda de sobriedad (en lugar de crecimiento sin límites) se ha recuperado.

Muchos expertos vienen expresando, desde hace muchos años, que si queremos, a la vez, descarbonizar nuestras sociedades y liberarnos de la dependencia de los países exportadores de gas y petróleo, no tenemos otra opción que invertir en energías limpias y orientarnos hacia modelos de vida colectivos más austeros en energía y en recursos.

Incluso Emmanuel Macron, negándose a sí mismo respecto a posiciones anteriores, proclamaba el pasado 24 de agosto “el fin de la abundancia, el fin de la despreocupación, el fin de las evidencias”. Los límites del crecimiento descontrolado, la sobriedad, ha pasado a plantearse (verbalmente de momento), no sólo para evitar el racionamiento de la luz o del gas en el próximo invierno, sino también para limitar el cambio climático, un elemento que debería ser central en la acción pública.

Como ha dicho recientemente Joschka Fischer: “la Humanidad ya no puede darse el lujo de ignorar o posponer las inversiones en la adaptación del cambio climático y en su mitigación, que requerirán una remodelación completa de las sociedades industrializadas”. Y continúa: “mientras que la mayoría de las crisis se producen en el seno del sistema existente y acaban por dar paso a una vuelta a la normalidad, ahora nos enfrentamos a una crisis del sistema en sí. Nos guste o no, se anuncia una nueva realidad que demuestra que no se podrá retornar a la situación anterior. Al destruir el medio ambiente y alterar el clima, la humanidad ha impedido la continuación de los modelos existentes”.

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Descripción generada automáticamente Ese modelo existente es el del crecimiento permanente y la sociedad del consumo. El mercado tiene la necesidad de una perspectiva de crecimiento infinito, de la que participamos también los consumidores. A la famosa cita del intelectual americano Kenneth Boulding: “El que crea que el crecimiento puede prolongarse infinitamente en un mundo finito es, o bien un loco o bien un economista”. A lo que el mercado, y una parte de las sociedades, contraponen la esperanza de que las tecnologías del futuro resolverán lo que las tecnologías actuales son incapaces de hacer. Pero esta aspiración queda devaluada cuando, como ahora, a una pandemia se suman una guerra y unas catástrofes climáticas generalizadas y cada vez más frecuentes. La pregunta que ha quedado en el aire es si en el futuro tendremos bastante gas, alimentos, medicamentos, o serán cada vez más escasos. La respuesta no resulta evidente.

¿Cómo lograr la aceptación social?

Lo que nos lleva a la cuestión de cómo reaccionará la sociedad si hay que apostar por una nueva era. Será necesario insistir en que una metamorfosis tan profunda como la que requiere la transición ecológica, no será aceptable si no es planteada desde un enfoque de justicia social, con un reparto equitativo del esfuerzo. Sobre todo, porque no todos contribuimos en la misma proporción al recalentamiento climático, ni tampoco todos tenemos las mismas posibilidades para hacer transformar los modos de vida.

Ciertamente, tanto los políticos como los ciudadanos tenemos tendencia a mirar para otro lado. Por ejemplo, ni siquiera el partido de los verdes en Francia, durante las últimas elecciones, se ha atrevido a concretar las medidas específicas que habría que llevar a cabo para afrontar el deterioro climático. Y el histórico líder de mayo del 68 y de los primeros ecologistas, Daniel Cohn-Bendit, en declaraciones a Le Figaro, después de afirmar que “la transición ecológica sin dolor no existe”, con cierta ironía recomendó a su partido que utilizara el lema “votad por nosotros, que todo será más difícil”.

Ciertamente, cuando ya no hay más remedio, como ha sucedido con la pandemia, la sociedad ha sido resiliente. Pero abordar un nuevo modelo de sociedad más sobria o frugal requiere muchas cosas. Hay que acompañar socialmente todas las decisiones tomadas con el objetivo de la transición climática y eso pasa por: el apoyo de las finanzas públicas ya que el objetivo de reducir las energías de efecto invernadero exigen inversiones masivas, lo que sólo se podrá abordar, en los países europeos, si realmente se cambian las reglas de la gobernanza económica de la Unión Europea.

Por otra parte, es necesario tener una narrativa de los costes de este modelo de crecimiento y de los beneficios de un modelo diferente, que concilie nuestro bienestar con la imperiosa necesidad de no desperdiciar, no derrochar, no dilapidar (lo que no tiene que implicar volver a la luz de gas o a la miseria).

Como sostiene Eloi Laurent, investigador del Observatorio de coyunturas económicas (OFCE) en una entrevista a la revista L’OBS de septiembre, el modelo de crecimiento actual es “ciego respecto al bienestar humano, sordo ante los sufrimientos sociales y mudo respecto al estado del planeta”. Frente a quienes argumentan que una sociedad más sobria y con otro tipo de crecimiento nos llevaría a menos libertad y más pobreza, señala que ese supuesto futuro es, más bien, el que ya está aquí. En esta sociedad de consumo existen altos porcentajes de personas que no pueden acceder a buenos servicios de salud, a un empleo digno, a una vivienda, a un ambiente sano, etc. Si se quiere, afirma, “incluso con las actuales tecnologías se podría evitar lo peor de la crisis climática y lograr beneficios colosales en materia de salud, de empleo y de seguridad”.

Los costes de la hiperglobalización y el incremento de los movimientos populistas iliberales y reaccionarios

Otros temas que se ha puesto de manifiesto con las crisis que vivimos, son la amenaza de los riesgos geopolíticos, la sustitución del multilateralismo por los bloques regionales, el incremento del peso de China, no sólo en Asia sino también en África o América Latina, la división creciente entre Estados democráticos y autoritarios, la pérdida de peso geopolítico de la UE y el aumento de los movimientos populistas de extrema derecha.

En relación con esto último, me parecen muy de actualidad las reflexiones de Dani Rodrik —profesor de Harvard y muy conocido por sus trabajos sobre los lazos entre mundialización, soberanía y democracia— sobre la necesidad de otro planteamiento del libre comercio y de la hiperglobalización.

Siguiendo su tesis sobre la influencia que ha tenido la globalización neoliberal en el auge del extremismo iliberal, “el avance del populismo autoritario, en Estados Unidos y en Europa, está vinculado a la desaparición de empleos de calidad en la clase media de esos países”. Lo que es debido a múltiples factores, entre ellos la mundialización, que ha acelerado la desindustrialización. La pérdida de empresas ha reducido las ofertas de empleo, para una población en muchos casos muy competente pero poco móvil, y que no tenía las cualificaciones necesarias para beneficiarse de la economía hipermundializada.

Los cambios tecnológicos y la automatización también han contribuido a ello. Así como una mundialización guiada por la reducción de costes. De tal manera que esa política económica, orientada a la liberalización y la desregulación del mercado de trabajo, ha generado mucha ansiedad, aprovechada por la extrema derecha, a lo largo de más de 30 Imagen borrosa de una persona

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La paradoja de la mundialización neoliberal es que ha integrado a los países en la economía mundial, al tiempo que se dislocaban las economías en el ámbito nacional. La mundialización anterior a los años 90, consistente en la integración en el comercio mundial para apoyar el crecimiento del país, pasó de la mano de dirigentes como Blair, Schröeder o Clinton a hacer lo contrario: adaptarse a la mundialización. “Con lo que se dio prioridad a asegurar los derechos de las empresas sin hacer nada por garantizar los derechos de los trabajadores”.

A su vez, Rodrik señala otro aspecto muy de actualidad. Sostiene que China ha sido la gran beneficiaria de la hipermundialización (también los que han seguido su modelo, como Corea del Sur, Taïwan, Singapur, sudeste asiático). Es decir, no ha seguido el método de la hiperglobalización. Por el contrario, “se ha aprovechado de la apertura de otras economías, ha subvencionado a sus empresas, ha controlado los tipos de cambio y los flujos de capitales y violado los derechos de propiedad intelectual”.

Y concluye diciendo que “mi diagnóstico es que las raíces de la crisis económica y de la crisis democrática hay que ubicarlas en el mercado de trabajo, la inseguridad económica, la precariedad, la desaparición de empleos de calidad y la reducción del ascensor social para la clase media”. Y yo añadiría: también la deslocalización fiscal y la pérdida de recursos para sostener los Estados del Bienestar.

Respuestas que pueden ahondar los problemas

Desde luego, en el crecimiento del precio de los carburantes y de los alimentos ha tenido mucha influencia la invasión de Ucrania. Pero las tendencias hacia una mayor inflación ya estaban presentes desde antes, en una parte importante debido a los cambios climáticos. Por lo que existe bastante controversia en relación con la eficacia que vaya a tener la política de los Bancos Centrales para afrontar esta crisis con los mismos análisis de hace 50 años, o con los de la crisis de la deuda de hace diez.

  • Esta crisis no es como la de los años 70 del pasado siglo. Actualmente, un componente importante de la inflación viene dada por la dependencia de las energías fósiles; por el aumento de los precios agrícolas como consecuencia de los desarreglos climáticos (por ejemplo, el hecho de que la sequía en España ha reducido drásticamente la producción de aceite de oliva, con el consecuente aumento del precio); de la escasez de componentes, en general provenientes de Asia (el precio del litio, por ejemplo, ha aumentado un 1000% desde 2020); por la mayor fragilidad de las cadenas de producción y suministro globalizadas.

También porque de los tres componentes de la inflación —coste de la mano de obra, coste de los insumos y el porcentaje de los beneficios empresariales—, la inflación actual, además de por los insumos de oferta, no se alimenta del bucle salarios/precios sino de beneficios/precios (No hay más que comprobar los superbeneficios de algunos monopolios y oligopolios, del chantaje que está tratando de realizar la OPEP y Rusia en el tema energético, o de Noruega que, junto a Qatar, es el mayor beneficiario de la subida del gas en Europa).

En suma, como ha dicho el Centro de Estudios Prospectivos y de Informaciones Internacionales (CEPII), “estamos actualmente confrontados a la primera crisis vinculada a la transición ecológica”. Además de que esta inflación, en opinión del profesor de economía de la Universidad Paris-Nanterre, Laurence Scialom “es un nuevo síntoma del anunciado fin del régimen de crecimiento financiarizado, globalizado y autorregulado que se instaló en respuesta a la crisis de los años 70”.

  • Cabe dudar, pues, de que la respuesta de los Bancos Centrales sea la respuesta adecuada. Varios expertos internacionales consideran que el recurso a instrumentos que se utilizaron en la crisis de los años 70, como la subida exponencial de los tipos de interés, tiene el riesgo de precipitar una crisis de deuda que puede torpedear las masivas inversiones indispensables para la transición ecológica y provocar una recesión (de hecho, la OCDE acaba de anunciar una recesión en la UE para 2023), lo que no haría más que reforzar la inflación estructural de origen climático. Exactamente el efecto inverso al que se necesita.

Por ello, algunos argumentan que en lugar de inspirarse en la referencia a los años 70, habría que pensar en una economía de salida de la guerra (en realidad estamos ante una guerra climática), como se hizo tras la Segunda Guerra Mundial, ya que la bifurcación hacia lo ecológico puede requerir “economía de guerra”, no convencional, que se impuso frente a aquel desafío.

Medidas europeas para limitar los efectos de la inflación

Frente a esta crisis, los gobiernos tienen el desafío de limitar el efecto de la inflación sobre el poder adquisitivo de los ciudadanos y la sostenibilidad de las empresas, y evitar que las mismas deslocalicen su producción. Para ello se deberían tomar medidas mancomunadas por parte de la UE, que impidan —como pasaría con respuestas estatales individuales, como el paquete de 200 mil millones anunciado por Alemania— que se resquebraje el mercado único y se aumente la fragmentación y la desigualdad entre Estados miembros de la UE.

Para evitarlo, el BCE anunció estar dispuesto a establecer un mecanismo, el Transmission Protection Instrument (TPI), destinado a encauzar las tensiones sobre las deudas soberanas, preservando, de esa manera, su capacidad de intervención pese a haber abandonado medidas como los programas de quantitative easing. Pero está por decidir si la iniciativa sigue en píe.

Un momento existencial para la Unión Europea

La guerra de Ucrania abre un nuevo capítulo en la historia de la Unión, que nació para acabar con las guerras en Europa. Objetivo que no se consiguió, al menos en una parte de Europa, ya que Rusia no renunció a la guerra, como evidencian las sucesivas invasiones, desde la de Hungría en 1956, hasta la de Crimea en 2014, pasando por las de Checoeslovaquia y Polonia, y sin olvidar la guerra en la antigua Yugoslavia. Tras la caída de la URSS en 1989, parecía que las guerras entre Estados no iban a volver a nuestro continente. Pero estamos asistiendo a su regreso. Acabada la guerra fría, la Unión se enfrenta en esta tercera etapa, de nuevo, al desafío de la paz, en un mundo con potencias nucleares, y con otros desafíos internacionales, en primer lugar, el del cambio climático.

A la tercera, tiene que ser la vencida para construir una Unión completa. Setenta y siete años después de la segunda guerra mundial, transcurridos 65 años desde su creación, pasados 30 años de Maastricht y 20 de la entrada en circulación del euro, Europa se enfrenta al momento de finalizar el mercado único. Por ejemplo, creando la unión de la energía (qué tiempos aquellos, anteriores a la Directiva Bolkestein, en los que, además de la sanidad o la educación, la energía, los transportes, la vivienda o los correos se consideraban un servicio público). Sigue pendiente, igualmente, establecer una Unión económica y presupuestaria, una Unión Social, una Unión de la seguridad y defensa. El primer paso será acabar con la regla de la unanimidad, y sus decisiones en tiempos geológicos, sin lo cual es imposible evitar el dumping fiscal y tener autonomía estratégica. En suma, debe alcanzar una Unión Política con capacidad de defender los intereses comunes de la ciudadanía europea.

En Europa necesitamos decisiones coherentes con los pasos ya realizados y con los desafíos existenciales a los que nos enfrentamos. Para evitar estar en el tablero geopolítico mundial como un comparsa y ser un actor fundamental. La unidad nos ha demostrado cuál es la vía cuando hemos afrontado la pandemia, la crisis de ella derivada, la posición ante la guerra de Ucrania. Dada la polarización en la que vivimos, hemos de ser capaces de establecer, en el ámbito europeo, los consensos necesarios para llevar a cabo esos cambios y esa tercera refundación de Europa.

Como dijo el canciller Olaf Scholz el pasado 29 de agosto en Praga: ¿Cuándo, sino ahora? ¿Quién, sino nosotros? Y yo añado: ¿Dónde, sino en la UE?

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