AP4910 EL ABANDONO DE LA SALUD MENTAL EN LA COMUNIDAD DE MADRID
ARGUMENTOS PROGRESISTAS N.º 49, dic. 2022- enero 2023
EL ABANDONO DE LA SALUD MENTAL EN LA COMUNIDAD DE MADRID


Según la OMS, aproximadamente el 20% de los niños y adolescentes y el 25% de los adultos tienen problemas o trastornos mentales, pero esas cifras parecen haber crecido notablemente durante la pandemia. Se ha extendido la soledad no deseada, el pesimismo y la ansiedad, y hay otras patologías que también han tomado un volumen alarmante, como las adicciones a nuevas tecnologías o las autolesiones. La Sanidad Pública en España es escasa, pero dentro de ella, la proporción dedicada a la Salud Mental es aún inferior, y en el caso de Madrid, ínfima. Uno de los resultados es el consumo de psicofármacos, con o sin prescripción facultativa, que es el mayor de Europa. Ante la penuria de la Salud Mental en Madrid, el grupo de Más Madrid presentó una Proposición no de Ley que fue aprobada por unanimidad. Se elaboró un Plan de Salud Mental, pero ha sido incumplido de una manera tal que no se ha registrado una mejora perceptible respecto al ejercicio anterior
Nos enfrentamos al dilema de una crisis de dimensiones traumáticas en cuanto al malestar psíquico, tras casi tres años de pandemia y con la actual situación bélica en Ucrania. Vivimos en un supuesto “primer mundo”, del que gurús de influencia planetaria como Steven Pinker o Bill Gates dicen que se encuentra en el mejor momento de la historia de la Humanidad en lo concerniente a salud (y se basan en los informes globales del desarrollo humano, tanto de la ONU como de la OMS). Pero al mismo tiempo, la OMS señala que el aproximadamente el 20% de los niños y adolescentes o el 25% de los adultos tienen problemas o trastornos mentales, y estos porcentajes no paran de crecer.
Resulta paradójico, por tanto, que el beneficio que supone el acceso a información casi ilimitada y a una conexión global puesta al alcance de la mayoría a través de la digitalización (la infocracia de la que habla el filósofo Byun-Chul Han), contraste dramáticamente con el aumento vertiginoso de las consultas sobre adicciones a estas nuevas tecnologías o sobre autolesiones. Sabemos ya que el inicio de estos problemas se da a edades cada vez más tempranas y que además están directamente relacionados con el creciente y preocupante aumento del ciberacoso en la escuela, o la soledad no deseada que experimentan muchas personas a pesar de vivir en un mundo hiperconectado en el que cada vez se sienten más solas y desesperanzadas.
Los acelerados cambios sociales y culturales en esta sociedad de la información donde prima lo individual sobre lo colectivo, con una tendencia a la desaparición de los rituales (citando de nuevo a Han), que crean hogar y comunidad, son los que parecen enfermar a la sociedad por un exceso de información, de sobreproducción o de hiperconsumo. Cambios que, unidos a nuevos modelos de estructuras familiares, generan un gran número de consultas en salud mental al aumentar la vulnerabilidad de los individuos por crianzas inseguras y/o entornos traumáticos que no pueden dar respuestas adaptativas en una sociedad cada vez más narcisista.
Las consecuencias de estos cambios que condicionan nuestra salud mental, son múltiples y complejas. Para entenderlas debemos actualizar los paradigmas científicos sobre la mente humana y el cerebro como su sustrato biológico fundamental.
El desarrollo humano y su funcionamiento psíquico se debe explicar desde una perspectiva compleja en los términos que definió Edgar Morin, en un continuo que va desde lo normal a lo patológico dentro de un marco social, cultural y ecológico determinado. Paradigmas que nos alejan definitivamente del modelo centrado en lo biológico y los hallazgos de la medicina como única fuente del saber.
Podemos así estudiar hoy mejor que nunca las causas de los trastornos mentales con más precisión, y planificar políticas efectivas de prevención y atención. Y sabemos ya cómo hacerlo, actuando sobre cada uno de los factores de riesgo o protección de una manera lo más sinérgica posible. La cuestión es cómo y dónde invertir los recursos humanos y materiales adecuados, con tiempos de intervención a medio y largo plazo suficientes. La crítica al modelo actual centrado en lo biológico y lo médico para la prevención y la atención a la salud mental se basa en estos cambios de paradigmas que se van imponiendo poco a poco entre los profesionales y los agentes sociales y políticos implicados.
Porque ya sabemos que más de la mitad de los trastornos mentales de los adultos se manifiestan antes de los 14 años, inducidos por la concatenación de factores de vulnerabilidad entre los que se incluyen la herencia biológica, las crianzas inseguras, los llamados determinantes sociales de la salud mental (como la exclusión y/o la pobreza), unidos a los producidos por traumas o las drogas, potenciados todos ellos de manera no lineal por unas condiciones de estrés en la vida diaria, para las que muchas personas no poseen las herramientas de afrontamiento adecuadas.
Las estadísticas publicadas a partir de la pandemia arrojan unos datos más aterradores. El 65% de la población manifiesta riesgo de mala salud mental. Se ha triplicado con respecto a datos prepandémicos. Así, el 75% de los ciudadanos se está sintiendo poco apoyado y de este modo, el sentimiento de soledad no deseada se ha duplicado sobre todo en los grupos más vulnerables como son las mujeres, los niños, las personas con discapacidad, los mayores que viven solos y, por supuesto, en las profesiones de riesgo. El 59% de la población se manifiesta pesimista hacia el futuro y este sentimiento de desesperanza favorece el establecimiento de una ansiedad crónica que lleva en los más vulnerables a la depresión y al repunte de conductas suicidas o de las autolesiones en los adolescentes, donde 1 de cada 3 que abandona el colegio también sufre un trastorno mental.
El fracaso del modelo de atención es cada vez más evidente. Se ha triplicado la demanda de atención por síntomas de salud mental en Atención Primaria y en Especializada, asistiendo a una medicalización del sufrimiento psíquico sin precedentes, centrado en una prescripción de psicofármacos abusiva y como única solución, que además conlleva el riesgo de cronificación a edades cada vez más tempranas.
Estamos a la cabeza del consumo de psicofármacos en Europa y esta proporción no para de crecer. El 10% de los madrileños los toma a diario porque no se le ofrece otra salida, cuando el 25% de las consultas en Atención Primaria son por síntomas de malestar emocional o sufrimiento psíquico y los médicos están colapsados o los pocos especialistas de psicología clínica en dicha Atención Primaria tienen más de seis meses de espera para una primera consulta y tres para las sucesivas. Los centros de salud mental también están colapsados con listas de espera inasumibles para una buena práctica y sus profesionales quemados, lo que se traduce en un aumento significativo de bajas laborales que diezman nuestros dispositivos asistenciales y así la capacidad de atención medianamente adecuada. Más del 50 % de los profesionales han notificado síntomas de estrés postraumático durante el pico de la pandemia.
Esta situación es una tormenta perfecta de la que no se ve fin, y ha provocado el colapso del sistema público de atención a la salud mental y ya amenaza con colapsar las consultas privadas.
En la atención a la población infantojuvenil la situación está aún más en precario, arrastrando las deficiencias de décadas anteriores. Del 4% al 6% de los niños y adolescentes padecen un trastorno mental grave pero menos de la mitad de los centros de salud mental infanto-juvenil cuentan con programas de atención integral y de calidad para dichos trastornos, y el 75% de los profesionales que atienden a dichas patologías en el sistema público, declaran no estar adecuadamente formados.
La solución proclamada por el gobierno de Díaz Ayuso en estos años de “libertad o comunismo”, ha sido la del sálvese quien tenga, y ni eso. A pesar de un aumento meteórico de los seguros privados de salud, que abarcan ya al 41% de la población, la mayoría no cubren las prestaciones necesarias para una buena atención a la salud mental. Sencillamente, porque no es rentable.
En julio de 2021 el grupo parlamentario de Más Madrid en la Asamblea de Madrid, tras denunciar antes de la pandemia, y luego en numerosas ocasiones, la precariedad de la atención y prevención a la salud mental, presentó una Proposición No de Ley (PNL) que fue aprobada por unanimidad, en la que se instaba al Gobierno de la Comunidad a aprobar un paquete de medidas integrales urgentes a incluir en un “Plan de Choque de Salud Mental”.
Se aprobó poner en marcha un nuevo Plan de Salud Mental 2022-2024, con la participación en su realización de todos los agentes sociales y las sociedades científicas incluidos los colectivos en primera persona. Además, para mejorar la atención y reducir listas de espera, se instaba a reforzar en RRHH todos los dispositivos asistenciales, y especialmente los centros de salud mental comunitarios, para acercarse a las ratios europeas en número de profesionales por 100.000 habitantes. Según el Informe Headway 2023 de Salud Mental, si la media europea está en torno a 50 especialistas, en España apenas llegamos a 25, solo por delante de Bulgaria; y en ese contexto, Madrid está a la cola con 14 (9,2 psiquiatras y 5,1 psicólogos, entre otros).
También se pedía completar el cupo de psicólogos clínicos en Atención Primaria, así como redimensionar dispositivos y programas de atención en hospitales de día, atención domiciliaria y unidades de agudos y crónicos que arrastran listas de espera inasumibles. Especialmente en la atención infantojuvenil.
Otras medidas aprobadas se centraban en mejorar la coordinación sociosanitaria, con el fin de garantizar una verdadera continuidad asistencial, junto con medidas preventivas para minimizar el impacto negativo de los determinantes sociales en la salud mental. Avanzar en políticas efectivas de empleo, vivienda, apoyo a la maternidad y la crianza o la inserción social y cultural, junto la mejora del entorno escolar, en coordinación con las medidas planteadas en la Estrategia Nacional del gobierno central.
Pero nada de esto se ha cumplido en este tiempo, a pesar de tener ahora la oportunidad de aprobar unos nuevos presupuestos para el 2023 que apenas si alcanzan para aumentar el IPC de lo gastado en salud mental en años anteriores, y que representa apenas el 5% del gasto total en sanidad, cuando la media nacional está en el 8%, y la europea en torno al 10%.
Si a principios del 2022, Díaz Ayuso presentaba las líneas maestras de su inminente plan, fue apenas una declaración de intenciones, la quinta desde la proposición aprobada. Entre lo positivo, asumía el compromiso de aumentar los recursos para la atención infantojuvenil, algo que aplaudimos, tanto los nuevos hospitales de día, unidades de agudos o los de atención domiciliaria. Pero, por otro lado, preocupa la ampliación de camas de crónicos prevista, de nuevo en recursos externalizados, con lo que se completa una visión hospitalocéntrica de la posible mejora de prestaciones, con facilidad para ir concertando los recursos con entidades privadas y así facilitar el negocio de los lobbies económicos. Otro paso más en el desmantelamiento sistemático de los servicios de capital público.
Anunciaron para este plan 2022-24 una inversión de 45 millones de euros en tres años, una cifra irrisoria para lo que nos está cayendo, sabiendo que el presupuesto en Sanidad supone más de 9000 millones al año. En el momento de escribir este artículo no solo no hay todavía una presentación del Plan, desde enero, sino que no se han publicado los resultados de la evaluación del plan anterior que terminó en el 2020, a pesar de las numerosas peticiones de ello en sede parlamentaria.
Además, no han consultado con nadie que no sean sus cargos administrativos para configurar estas líneas maestras, ni para la dimensión presupuestaria, ni para nada. A pesar de los numerosos ofrecimientos de grupos políticos y colectivos, solo se han reunido con estos últimos para compartir informaciones puntuales.
Por todo ello, exigimos de nuevo la participación de todos estos colectivos en la realización de ese Plan, centrado en la atención, pero también en la prevención y la lucha contra los determinantes sociales, los buenos tratos y los cuidados en los entornos familiares, la equidad y la accesibilidad universal a una atención pública de calidad que ponga freno a esta pandemia de la salud mental, que si antes era silenciosa ahora se ha convertido en un clamor.
Desde la reivindicación del sufrimiento individual (que ya no es vergonzante ni secreto) estamos consiguiendo entre todas y todos los madrileños que cuidar de la salud mental sea una cuestión de toda la sociedad. Y una prioridad política urgente.